martes, 5 de marzo de 2013

Método 3 espió a Ignacio González por orden de un ‘rival’ dentro del PP

Método 3 espió a Ignacio González por orden de un ‘rival’ dentro del PP

Método 3 espió a Ignacio González por orden de un ‘rival’ dentro del PP
El presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González (EFE)
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La agencia de detectives Método 3 elaboró un voluminoso informe sobre el hoy presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, con datos y documentos sobre sus relaciones, sus propiedades y la tupida red de intereses que le rodea. Sólo las conclusiones, en poder de El Confidencial, ocupan cincuenta páginas. El informe fue ordenado por un rival de Ignacio González en el propio PP de Madrid.
La agencia, hoy en el ojo del huracán por haber grabado subrepticiamente la conversación entre la presidenta del PP catalán, Alicia Sánchez-Camacho, y Victoria Álvarez, exnovia de Jordi Pujol Ferrusola, asegura que fue “un directivo” del PP de Madrid el que ordenó la elaboración. Según ha podido conocer este diario de fuentes solventes, la novia de un conocido exdirigente popular fue quien encargó la investigación, que al final fue sufragada por un constructor amigo de ese exdirigente. Toda una enrevesada trama de intereses político-empresariales que aún puede cobrarse alguna víctima por el camino.
Las pugnas internas en el PP cuando la Comunidad era gobernada por Esperanza Aguirre propiciaron la creación de sectores que iniciaron una cruenta batalla política por el control del aparato. Fue en ese momento cuando se gestó el dosier sobre González, encargado a los despachos de Método 3. El resultado fue un espeso informe, prolijo en detalles, que desmenuza el entorno del hoy presidente madrileño.
Las posesiones de González
El dosier de la controvertida agencia de detectives contiene algunos datos que a simple vista parecen inconexos e incluso confusos, pero que intentan apuntar al corazón de Nacho González. Así, desgrana que la primera casa familiar del presidente fue comprada en 1994 por un precio de 39.950.000 pesetas (alrededor de 240.000 euros), con un préstamo de 23 millones de pesetas (unos 138.000 euros), a pesar de que dos años antes estaba tasada en 72.750.000 pesetas (más de 430.000 euros). “Es obvio, por tanto, que o se la vendieron bajo precio a cambio de algún favor o que hubo mucho dinero negro en la compraventa”, dice literalmente el informe de la agencia.
Para intentar dar munición al ‘rival’ de Ignacio González en la sucesión futura de Esperanza Aguirre (el informe es de 2006), los detectives destacan que “la compra sigue siendo ilegal hasta que el 25 de marzo del 2003, mediante auto firme del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, emite mandamiento de legalidad de la urbanización El Prado de Aravaca, acusándose, además, a la Comunidad de Madrid de actuar en fraude de ley al introducir una nueva calificación urbanística de estos terrenos que no estaba contemplada en el planeamiento”.
Un supuesto pelotazo
En 1994, se constituyó el grupo gestor para negociar “con los máximos responsables municipales de Urbanismo el cambio de uso de decenas de hectáreas en Valdemarín, el barrio de superlujo de Aravaca”. Los promotores adquirieron el suelo “por cantidades inferiores a las 10.000 pesetas el metro cuadrado. La modificación [concedida por el Ayuntamiento] redundó en plusvalías ciertamente notables: el precio de cada metro cuadrado de terreno se situó en 100.000 pesetas tras el plácet municipal”. González vendió posteriormente la vivienda por 778.371 euros, aunque estaba tasada en 828.752,04. “Es anormal esta dicotomía (sic) salvo que exista una parte de la compraventa en dinero negro”.
La segunda vivienda del presidente madrileño tiene 447 metros cuadrados y fue comprada el 28 de febrero del 2006 a la sociedad Seinsa. Por ella, González pagó 172.000 euros de arras y entregó dos talones por un monto de 650.802 euros, mientras que retuvo 300.000 para cancelar una hipoteca que pendía sobre ella. Para la compra, también pidió un préstamo de 600.000 euros. El informe detalla incluso que la casa colindante, perteneciente a un amigo de González, fue valorada por Cajamadrid en casi 2,8 millones de euros en la misma fecha de la anterior operación.
Los datos que va desgranando el informe sobre el patrimonio del entonces vicepresidente salen de los registros y son más bien una labor de ‘recopilación’ y supuestas conclusiones ‘lógicas’ cuyo destino parece ser el de ofrecer ‘munición’ al enemigo de González en la batalla de la sucesión. Algo que, como se puede comprobar hoy, no le sirvió para evitar que fuera el elegido por Esperanza Aguirre para sucederla.

lunes, 4 de marzo de 2013

Politicos Honestos pero Silentes

El autor cree que desde la Transición toda la clase política ha sufrido un fuerte deterioro. Piensa que los que no están salpicados por la corrupción deberían denunciar la situación.
Fui colaborador cercano de Mariano Rajoy en su primer ministerio (1996-1999). Era de Administraciones Públicas. Yo, recién llegado al Congreso, era portavoz del PP en esa comisión. Mi oponente en el PSOE era un tal José Luis Rodríguez Zapatero (que llevaba 10 años). Ambos llegarían a ser presidentes del Gobierno. Yo abandonaría la política. Aunque como abogado del Estado tenía muchas posibilidades en el ámbito privado, decidí volver al servicio público. Me fui con el honor de haber sido representante de los ciudadanos y la decepción de haber conocido el lado oscuro de la política. Mi alejamiento comenzó por mi desacuerdo público sobre la guerra de Irak y el alejamiento del centrismo por el PP. Pero también por la observación de actitudes humanas que nada me gustaban.
Eran los míos, como los contrarios, una secta. No bastaba votar sino que era obligado jalear y tener un pensamiento casi único, sin matices. Incluso en conversaciones privadas con compañeros, apenas nadie criticaba a los dirigentes, cuya corrupción exponía ya alguna prensa. El GranHermano existía, el riesgo era letal y la sumisión, elevada. Ya entonces escribiría artículos en diversos medios, como EL MUNDO, mostrando públicamente mi distanciamiento.
Conocí numerosos políticos a todos los niveles. Creo en la honradez de muchos de ellos. Pero también constaté el deterioro progresivo de cada nivel. Veía que, voluntariamente o empujados, caían de las candidaturas personas muy interesantes. Otros continuaban, pero ese espacio era mayoritariamente ocupado, y cada vez más, por vividores de la política que nunca antes trabajaron ni nada harían en un futuro fuera de ese mundo y su entorno de amistades y favores. En etapas anteriores probablemente así fue también, aunque menos. Todos, pues, progresivamente alejados de los políticos de la Transición que frecuentemente tenían una acreditada cualificación. En aquellos dedicados entonces sólo a la política, el compromiso ideológico era muy superior al de ahora, donde los intereses priman sobre las convicciones.
La enorme crisis económica, social y ética se produce -no es casualidad- con una dirigencia mayoritariamente súperprofesionalizada, amarrada durante muchos años (muchos desde jóvenes) a vivir de la política, con colocaciones familiares y evitando que personas de cualificación ética y profesional se incorporen. El grupo es muy cerrado y la gestión interna es asumida por quienes creen que lo importante es el poder y lo que le rodea. Entre ello, el dinero.
La corrupción surgida en la financiación de los partidos -y también aprovechando ésta- se ha extendido y consolidado. También la utilización del cargo público para enriquecerse. La impunidad (ningún político fue nunca a la cárcel) ha multiplicado comportamientos inmorales y delictivos. Eso no es monopolio de nadie, ni siquiera del PP, aun siendo abundante el estiércol en lugares como Valencia, Baleares y Madrid o la transversalidad y gravedad del casoBárcenas. Éste era de su total confianza. Ahora aseguran que nunca le conocieron, como sucede con Camps y Matas, que eran modelos a seguir, según decían, aunque al guardián del tesoro y los secretos le siguieron pagando grandemente para comprar su silencio. Pero casi todos los partidos tienen su propia podredumbre, como es el caso del PSOE, CiU (abundante en éste), en algunos casos institucionalizada en la organización y, en otros, en el ejercicio abusivo del poder. De ahí la timidez vergonzante de Rubalcaba.
Ante tanto sinvergüenza, el pueblo, muy escandalizado y con muchos sacrificios, reclama urgentemente una regeneración. Más que hartazgo, siente ira. No pueden seguir los mismos dirigentes, mirando para otro lado o dando un titular o unas medidas que absolutamente nadie cree. Como un escándalo tapa al surgido dos días antes, la clave es aguantar.
Pero quiero referirme particularmente a los abundantes políticos honestos. ¿Pueden seguir silentes, convertidos en encubridores? ¿No valoran que su silencio propicia esa generalización ciudadana de censura? Ellos, los honestos, deberían sentirse indignados con sus jefes. Pero siguen callados.
Estar en la política siempre implicó cierto desprestigio. Pero ahora es algo más: la presunción de que todos son corruptos. Toda generalización es injusta, pero los miles de cargos públicos honestos que hay tienen que alzar la voz a sus propios dirigentes pues la pestilencia afecta ya a todos. Especialmente a quienes promovieron y defendieron tipos como Bárcenas.
Cuando estaba en el PP, de cuya Junta Directiva formaba parte, era inusual que alguien interviniese. Quien pedía la palabra era mal mirado. Incluso quien pretendía hacer loas a los sumossacerdotes. Pero jamás hubo una reflexión mínimamente crítica y leal sobre cualquier asunto, y menos sobre corrupción.
Aunque son abundantes los casos actuales superpuestos, los más relevantes son, sin duda, el casoBárcenas y la tramaGürtel que afectan de raíz al PP. La reacción pretende sólo minimizar los daños para el partido, más que depurar y limpiar. Se ha apelando y conseguido la unidad de la familia, prietas las filas, sumándose toda la dirigencia. Pero, que no les engañen: sólo pretenden ganar tiempo y hacer ver que era la actuación irregular y aislada de alguien, como si hubiese amasado tal fortuna fuera de las cañerías de la organización.
De quien sobre la corrupción dice que «a veces no tomar decisión alguna es la mejor decisión», ¿qué se puede esperar cuando el pueblo está más que indignado? Y mientras el coro aplaudía la frase y nadie pedía la palabra.
Un gran problema en España es la nula ejemplaridad. Tristemente, el jefe del Estado no quiere ni puede asumir, al no actuar en consecuencia, el liderazgo contra esa plaga corrosiva de nuestra democracia. Igualmente, muy poco puede esperarse de los máximos dirigentes de los dos partidos principales españoles que amparan las actividades corruptas del entorno o de políticos importantes.
Junto a la reacción airada del pueblo, quisiera soñar que los numerosos cargos públicos honestos abandonan su silencio -que supone aquiescencia o encubrimiento- y empiezan a alzar la voz clamando dignidad y ejemplaridad. Aunque fuese por su honorabilidad y sus familias. Aunque soy poco optimista. Tampoco tienen coraje ni otras cosas.
Si los corderos siguen callados, esta etapa de Mariano Rajoy pasará tristemente a la historia no sólo como la de gran retroceso democrático y social sino también como la de la mayor corrupción generalizada y consentida en España.
Jesús López-Medel es abogado del Estado y ex diputado del PP.

“La política y la mentira”, de Jesús López-Medel

“La política y la mentira”, de Jesús López-Medel
Son diversas la cualidades que podrían exigirse, aunque fuese en grado mínimo, a los políticos. Sin embargo, hay defectos o vicios que parecen muy asociados a quienes a ello se dedican a alto nivel. Uno de ellos es, sin duda y desgraciadamente, la mentira. Y esto es algo que parece que la sociedad en cierto modo tolera. Solo así se explica que los dirigentes políticos (aunque toda generalización puede ser injusta) sigan faltando a la verdad y que sepan que esto, la falta de credibilidad y confianza, no es penalizado por los ciudadanos. Por tanto, la falsedad de los políticos es tanto culpa de ellos como de la propia ciudadanía que lo admite.
Algo parecido sucede en los países latinos con la corrupción: apenas se penaliza electoral (ni penalmente tampoco). Hay sobre ello múltiples ejemplos. Por solo mencionar dos recientes, la ausencia de castigo al PP en la Comunidad Valenciana donde la corrupción se manifestaba a borbotones o el caso muy actual en Andalucía donde los vergonzosos ERES apenas castigaron al PSOE que sigue gobernando. Y ello porque la sociedad (y es a mi juicio un criterio de inmadurez) considera que es algo generalizado, inherente a la condición política y no da gran valor a este principio ético de la honradez.
Exactamente igual sucede cuando la ciudadanía admite como pauta de comportamiento de los políticos la falta de verdad como si fuese algo inevitable. Que un político diga una cosa y haga lo contrario parece, cada vez más, que es normal o tolerable. Y como el mentiroso sabe que esto no es castigado, sigue mintiendo. Eso es así en todos los lugares y colores aunque, repito, acaso sea injusta la generalización. Pero ahora, el cúmulo del engaño masivo lo ostenta el gobierno central que a raudales está haciendo en todos los campos lo más contrario a lo que prometía hace muy poco. Luego se buscarán justificaciones, también falsas: “es lo único que podíamos hacer”, no teníamos libertad para tomar otras decisiones”, “si actuáramos de otro modo, cometeríamos prevaricación”, etc. En definitiva, excusas que engordan la bola de nieve de la mentira.
Se puede juzgar a un político por múltiples razones: por su eficacia, por resolver problemas en lugar de crearlos, por su coherencia, por su coraje, por su sintonía con nuestros planteamientos ideológicos básicos o por muchos otros factores, incluso hasta sicológicos. Pero también deberíamos introducir mucho más el elemento de la credibilidad como factor de elección.
Si se vuelve a votar a un dirigente que actúa como difusor de mentiras masivas, estamos legitimando su actuación y permitiéndole que en el futuro siga engañando impunemente. No nos quejemos entonces. Si, por el contrario, nos atrevemos a decirles: no les voy a renovar mi confianza por sus múltiples engaños, les estamos dando una lección de madurez y diciéndoles, como en el anuncio de un conocido establecimiento comercial: yo no soy tonto.
Porque cuando algunos políticos engañan de modo contumaz están menospreciando a la sociedad. Y cuando los ciudadanos admiten, o toleran que les engañen abundantemente, están revelando una falta de consideración a sí mismos muy grave. Además, cuando esto es un comportamiento extendido, hay algo que no funciona bien en nuestra dignidad como personas ni como comunidad.
Se puede perdonar que un político se equivoque o tome decisiones erróneas, incluso que tenga alguna desviación respecto sus promesas electorales. Admitamos unos márgenes. Pero cuando se instala ese comportamiento como algo constante, si lo consideramos como algo inevitable, les estamos dando permiso o bula para que sigan mintiendo o aún más.
Hace años en uno de los acontecimientos más trágicos de nuestra historia reciente alguien dijo, sobre la gestión de aquel hecho, con énfasis y acierto: “Los españoles no nos merecemos un gobierno que nos mienta”. En aquel momento, eso fue un aldabonazo que hizo girar votos y cambiar el resultado predecible de unas elecciones. Hoy ese dirigente, aunque siga en primera línea, esta amortizado y no esta en condiciones de legitimidad de decir eso mismo. Pero alguien, mucho mejor en plural, ha que tener una mínima autoridad moral y valentía para decir: dejen ya de mentir. Pocas voces de intelectuales comprometidos con una ética pública resuenan. Pero, al menos, sí deben ciudadanos anónimos ir concienciándose y extendiendo a otros que en ningún caso y en modo alguno, auque sean “de los nuestros”, puede tolerarse tanta mentira.
Hay que expresarles: dígannos la verdad, adminístrela si quiere, no nos diga todo lo real, pero, por favor, no hace falta que de modo constante nos engañen. Solo si reaccionamos con firmeza y claridad frente a la mentira compulsiva y masiva, cambiaran nuestros políticos. En otro caso, no nos quejemos de que sigan haciéndolo y aún más, se rían, con razón, de nosotros. En tal  supuesto, acaso, es que si estuviéramos en su lugar también mentiríamos como ellos. Quizás, por eso, seamos tan tolerantes. Yo desde luego no lo comparto porque  yo no soy ni quiero que ellos me consideren un tonto.
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