UNOS PRESUPUESTOS PARA SALVAR A ESPAÑA
Hachazo a los sindicatos al eliminar 1.500 millones en políticas de empleo
¿Dónde quedaron sus promesas?
La situación económica límite que vive España desmonta las promesas de Rajoy.
31 comentarios
Fomento y Exteriores lideran los recortes ministeriales que se elevan hasta los 13.400 millones. Los Presupuestos Generales de Estado anunciados este viernes elevaron los recortes ministeriales hasta los 13.406 millones de euros, lo que equivale a un 16,9 por ciento.
Piden un ajuste rápido para que tenga efecto
Subidas en la luz y el gas
sábado, 31 de marzo de 2012
viernes, 30 de marzo de 2012
Benito Arruñada es Catedrático de Organización de Empresas en la Universidad Pompeu Fabra
Benito Arruñada es Catedrático de Organización de Empresas en la Universidad Pompeu Fabra. Su trabajo académico se centra en analizar las bases institucionales que hacen posible la actividad de empresas y mercados, como la regulación de la empresa, o cuestiones relacionadas con los contratos y derechos de propiedad.
Estas investigaciones han sido publicadas en las más prestigiosas revistas académicas. En una entrevista con Libre Mercado, Arruñada opina sobre las reformas del actual Gobierno, en especial la laboral, y el papel de los sindicatos.
Pregunta (P): ¿Qué balance hace de los pocos meses del ejecutivo del Partido Popular?
Respuesta (R): Con la excepción de la subida de impuestos y la dación en pago, la mayoría de las medidas anunciadas o ya adoptadas van en la buena dirección. No obstante, si bien pueden considerarse razonables desde un punto de vista político, considerando la opinión pública dominante, me parecen tímidas e insuficientes para la gravedad de la situación.
Primero, la reforma financiera parece haberse quedado a medias y, además, sigue optando por soluciones como las fusiones, que dan continuidad más o menos parcial a entidades en quiebra y privilegian a todos los participantes en esas empresas respecto a los de las demás empresas en similar situación.
Segundo, se optó por subir algunos impuestos, sobre todo el IRPF, para aliviar el déficit en vez de recortar gastos y, lo más grave, a la vez que se recuperaba la deducción por compra de vivienda para la que existe difícil justificación. Me parece especialmente perniciosa la subida de tipos del IRPF. No sólo porque, por un lado, sus tipos ya eran muy elevados, sino porque se sitúan a esos niveles elevados para rentas relativamente bajas. Debido a esta progresividad tempranera, el IRPF está gravando de forma acusada la inversión en capital humano, que es justamente el tipo de inversión que necesitamos para cambiar el modelo productivo.
Además, se estima que la subida del IRPF aumentará la recaudación, como mucho, en un 0,4% del PIB, mientras que la deducción por compra de vivienda la reduce en torno al 0,6% del PIB. Cierto que ambas cifras no son totalmente comparables en cuanto a la responsabilidad de los gobernantes actuales, pues el coste de la deducción obedece en buena medida a compras antiguas, pero no por ello es un coste menos real.
Tercero, las propuestas de reforma institucional (educación, CGPJ, TC, etc.) apenas retocan unas estructuras que necesitan más bien una revisión en profundidad, relativa a aspectos centrales de la configuración del Estado, como las autonomías o el corporativismo.
Cuarto, la reforma laboral ha sido tímida en muchos extremos, en los que nos sigue dejando a la cola de Europa. Otras medidas, como el Decreto de protección de deudores, no protege a los necesitados pero sí pone en peligro sus posibilidades de contratar en el futuro.
P: ¿Qué valoración general hace de la reforma laboral del Gobierno popular? ¿Cuáles son sus puntos fuertes y débiles?
R: El punto fuerte de la reforma es que aumentará la competencia, al facilitar la negociación colectiva a escala de empresa y un mayor ajuste de las condiciones de trabajo a las circunstancias imperantes en el mercado.
Son bienvenidos los convenios de empresa, pues éstas podrán adaptarlos a su actividad, adoptar estructuras organizativas diferentes y competir en esas diferencias. Pero su tramitación sigue siendo una pesadilla corporativa, prohibitivamente costosa para Pymes. Para éstas, sería muy útil el "descuelgue" del convenio sectorial, pero la decidirá un árbitro, por lo que no es de esperar un gran cambio.
Por cierto, si las empresas podrán ahora descolgarse del convenio, ¿por qué los parados no podrán, a su vez, descolgarse de una ley laboral que sólo protege a los trabajadores "colocados"? También es positivo que los convenios vencidos decaigan a los dos años. Pero dos años es una "ultraactividad" excesiva para convenios que suelen tener una vigencia de tres años.
El principal punto débil es, junto con las notables incertidumbres que pesan sobre su efectividad, que ni siquiera nos sitúa en la media europea, cuando lo que necesitamos sería cobrar ventaja respecto a Europa. La reforma se sitúa a medio camino entre la situación previa española y la europea. Además, pese a ser una reforma vasta, peca de poco profunda, sobre todo en relación con el coste social y político que comporta.
P: Desde distintos foros se critica la reforma con el argumento de que "por sí misma no creará empleo". ¿Qué piensa de esta crítica?
R: Quienes crean empleo son los que contratan (tanto empresarios como trabajadores), no el Gobierno mediante las leyes. Una reforma de este tipo no debe aspirar a crear empleo, y ésta no es solo una distinción semántica: hablar de que el empresario crea empleo da pie a regular la relación laboral, como si ésta no fuera fruto de la libertad contractual de las dos partes.
Las leyes siguen basadas en la creencia de que el trabajador no tiene otra opción que aceptar el trato que le ofrezca el patrón. Se trata del mito más dañino de los muchos que frenan el desarrollo de la sociedad española.
Sería suficiente con que las leyes laborales dejasen de incentivar la destrucción de empleo, que es lo que han hecho las leyes vigentes desde 1937. Sobre todo, han favorecido que el desempleo estructural sea muy elevado (en el momento de mayor crecimiento rondaba el 9 ó 10%); y un ajuste en la cantidad de empleo -vía despidos y cierres de empresas- antes que en precio -vía menores salarios-. La reforma intenta modificar las restricciones a este respecto, aunque hoy por hoy es difícil estimar en qué medida pueda conseguirlo. Además, por desgracia, una gran parte del ajuste ya se ha producido, vía reducciones de empleo, entre 2008 y 2011.
P: Entonces, ¿era ya demasiado tarde para realizar estas medidas?
R: Aunque lleguen tarde, bienvenidas sean, medidas como el ERE sin autorización previa y el descuelgue de convenio. Es mejor un ajuste rápido y claro que agónico. Son menos las rentas a capturar en el proceso de ajuste. Además, la amenaza del ERE sin autorización previa puede flexibilizar la maraña de dificultades corporativas que aún se mantienen en pie tras la reforma.
Igualmente, en otro ámbito, es también positiva la introducción de los ERE públicos si posibilitan cerrar organismos (incluidos centros universitarios): la Administración necesita empezar a ajustar cantidades (cerrando centros y organismos, y reduciendo su empleo con rapidez) en vez de salarios, lo que reduce la dedicación y la calidad, y es especialmente perjudicial en organismos que deben primar la excelencia.
P: ¿Por qué la legislación laboral vigente, según usted, incentiva la destrucción de empleo?
R: La ley impone unas condiciones de todo tipo muy beneficiosas para el trabajador. A todos aquellos trabajadores que, dentro de esas condiciones, producen menos de lo que cuestan al empleador les resulta imposible encontrar empleo, pues nadie quiere contratarles. El legislador se olvida, simplemente, de que dos no contratan si uno no quiere; y, cuando lo recuerda, sólo se le ocurre introducir subvenciones para contratos específicos (jóvenes, mujeres, etc.).
Pero el legislador no es tonto. Por el contrario, con esa estrategia, gana doblemente: al crear el problema y al pretender resolverlo. Le resulta beneficioso porque, cuando promulga derechos, redistribuye riqueza a los que tienen empleo; y cuando da subvenciones, produce la impresión de que hace algo para resolver el problema que él mismo ha creado. Además, genera empleos inútiles dedicados no sólo a gestionar todo el proceso de inspección y subvención, sino también a promover cursos de formación a parados, una excusa perfecta para repartir subvenciones entre sus amigos.
P: ¿Se atrevería a vaticinar los efectos de la reforma sobre la creación de empleo en el corto plazo?
R: Se tiende a creer que estos efectos dependen de si domina el menor coste del despido o la mayor, pero incierta, flexibilidad y la mejora marginal que produzca la mayor libertad contractual. En todo caso, será un efecto pequeño comparado con otros factores como el crédito o la evolución de la economía europea.
Muchos otros de sus efectos dependen del desarrollo reglamentario y jurisprudencial de la norma: es el caso de los ERE sin autorización, la competencia con sindicatos en formación y los convenios de empresa. La prolijidad de la reforma causará litigación y proporciona a unos jueces a menudo parciales excusas para anularla (ejemplo, la modificación de condiciones).
Sería deseable una revisión parlamentaria y que el reglamento clarifique la ley para evitar litigación y asegurar su efectividad. Más en profundidad, debería plantearse una reforma radical de la jurisdicción laboral.
P: ¿Y sus efectos sobre otras variables macroeconómicas?
R: Se quejan de que la reforma hará bajar los salarios. Como digo, dependerá de su efectividad, que es dudosa. Pero en todo caso, esa "devaluación interna" consistente en reducir salarios y rentas, es imprescindible para seguir en el euro. Su alternativa es la salida del euro y la consiguiente devaluación convencional de la nueva peseta que lo vendría a sustituir en España.
Las restricciones legales dificultan que se ajusten los salarios y condiciones laborales a los cambios en el entorno económico de las empresas. Además, distribuyen esos ajustes de forma muy poco equitativa. La retribución del empresario, el beneficio, ha caído hasta el punto en que muchas empresas se han visto condenadas al cierre. Tras cerrar la empresa, también caen los ingresos de sus trabajadores. En muchos casos, reducir los salarios hubiera evitado el cierre. La reforma debería facilitar que esa decisión entre cerrar o modificar condiciones laborales sea más racional, que haya más flexibilidad.
Asimismo, han caído los ingresos de los trabajadores temporales, pues son los primeros en ser despedidos y si encuentran otro empleo es a menudo a menor salario; así como incluso el salario de los funcionarios. El ajuste salarial también ha sido injusto en la medida en que, por un lado, los trabajadores fijos han quedado relativamente al margen, al menos hasta que sus empresas entran en crisis. Es más, incluso, cuando les despiden, reciben una indemnización desproporcionada a la de los trabajadores temporales.
P: Entremos en harina con los sindicatos: ¿por qué su enfado con la reforma laboral y la organización de la huelga general?
R: En mi opinión, la representación sindical debería estar sometida a la voluntad de los trabajadores libremente expresada en cada empresa. El régimen actual, representación obligatoria, es una carga para la mayoría de trabajadores, que beneficia sólo a aquellos mejor colocados y, por supuesto, a los propios representantes sindicales.
Los sindicatos están especialmente molestos con los aspectos menos espectaculares de la reforma como es el que, al menos en teoría, ya no tengan monopolio (junto con la patronal) para acceder a las subvenciones dedicadas a formar parados; o el que los ERE pasen a ser automáticos, lo que reduce su poder y con él su posibilidad de ganar todo tipo de compensaciones encubiertas; o que, al facilitar los convenios de empresa, la reforma aumenta la competencia entre empresas, lo que hace a los representantes empresariales menos proclives a conceder ventajas a los trabajadores e incrementa la amenaza que suponen las empresas pequeñas para las empresas grandes, en las que los sindicatos tienen más fuerza.
Quizá también estén molestos con que la excepción que disfrutaban los sindicalistas de no perder su empleo en un ERE ahora se podrá extender a otros trabajadores. En principio, ya es discutible que los sindicalistas deban tener prioridad para permanecer en la empresa en casos de despido. La reforma permite extender esta prioridad a los trabajadores con cargas familiares, los mayores de cierta edad o las personas con discapacidad, pero sólo si así se establece en el convenio o en el acuerdo alcanzado durante el período de consultas. Será interesante comprobar si nuestros sindicatos utilizan, o no, este nuevo derecho.
P: ¿Qué les diría a los sindicatos en relación a la reforma?
R: La comparación internacional demuestra que la reforma es blanda con los sindicatos y que mantiene las restricciones contractuales a niveles que no tienen parangón en países vecinos. Por ello, la reforma es insuficiente. Por ejemplo, las indemnizaciones por despido siguen siendo muy superiores a las que rigen en los países europeos a los que queremos parecernos.
Los sindicatos se oponen a ésta y a cualquier reforma porque gozan de una situación de privilegio con la actual situación. Por eso, han bloqueado la reforma durante 40 años. Pese a ser muy poco representativos, se les ha tratado como representantes de los trabajadores; cuando en realidad sólo representan a los "colocados": los rentistas laborales que han tenido la suerte de conseguir un empleo retribuido por encima de lo que producen, generalmente en grandes empresas y en el sector público.
Pese a ello, están presentes en todo tipo de foro (desde la negociación colectiva a numerosos organismos públicos) arrogándose una representatividad de la que de hecho carecen. Además de recibir todo tipo de subvenciones, obtienen un beneficio directo del sistema de formación de desempleados. Es más, incluso se benefician económicamente del proceso de ajuste ante la crisis, mediante las comisiones que cobran a los trabajadores para negociar las reestructuraciones y ERE.
Estas investigaciones han sido publicadas en las más prestigiosas revistas académicas. En una entrevista con Libre Mercado, Arruñada opina sobre las reformas del actual Gobierno, en especial la laboral, y el papel de los sindicatos.
Pregunta (P): ¿Qué balance hace de los pocos meses del ejecutivo del Partido Popular?
Respuesta (R): Con la excepción de la subida de impuestos y la dación en pago, la mayoría de las medidas anunciadas o ya adoptadas van en la buena dirección. No obstante, si bien pueden considerarse razonables desde un punto de vista político, considerando la opinión pública dominante, me parecen tímidas e insuficientes para la gravedad de la situación.
Primero, la reforma financiera parece haberse quedado a medias y, además, sigue optando por soluciones como las fusiones, que dan continuidad más o menos parcial a entidades en quiebra y privilegian a todos los participantes en esas empresas respecto a los de las demás empresas en similar situación.
Segundo, se optó por subir algunos impuestos, sobre todo el IRPF, para aliviar el déficit en vez de recortar gastos y, lo más grave, a la vez que se recuperaba la deducción por compra de vivienda para la que existe difícil justificación. Me parece especialmente perniciosa la subida de tipos del IRPF. No sólo porque, por un lado, sus tipos ya eran muy elevados, sino porque se sitúan a esos niveles elevados para rentas relativamente bajas. Debido a esta progresividad tempranera, el IRPF está gravando de forma acusada la inversión en capital humano, que es justamente el tipo de inversión que necesitamos para cambiar el modelo productivo.
Además, se estima que la subida del IRPF aumentará la recaudación, como mucho, en un 0,4% del PIB, mientras que la deducción por compra de vivienda la reduce en torno al 0,6% del PIB. Cierto que ambas cifras no son totalmente comparables en cuanto a la responsabilidad de los gobernantes actuales, pues el coste de la deducción obedece en buena medida a compras antiguas, pero no por ello es un coste menos real.
Tercero, las propuestas de reforma institucional (educación, CGPJ, TC, etc.) apenas retocan unas estructuras que necesitan más bien una revisión en profundidad, relativa a aspectos centrales de la configuración del Estado, como las autonomías o el corporativismo.
Cuarto, la reforma laboral ha sido tímida en muchos extremos, en los que nos sigue dejando a la cola de Europa. Otras medidas, como el Decreto de protección de deudores, no protege a los necesitados pero sí pone en peligro sus posibilidades de contratar en el futuro.
P: ¿Qué valoración general hace de la reforma laboral del Gobierno popular? ¿Cuáles son sus puntos fuertes y débiles?
R: El punto fuerte de la reforma es que aumentará la competencia, al facilitar la negociación colectiva a escala de empresa y un mayor ajuste de las condiciones de trabajo a las circunstancias imperantes en el mercado.
Son bienvenidos los convenios de empresa, pues éstas podrán adaptarlos a su actividad, adoptar estructuras organizativas diferentes y competir en esas diferencias. Pero su tramitación sigue siendo una pesadilla corporativa, prohibitivamente costosa para Pymes. Para éstas, sería muy útil el "descuelgue" del convenio sectorial, pero la decidirá un árbitro, por lo que no es de esperar un gran cambio.
Por cierto, si las empresas podrán ahora descolgarse del convenio, ¿por qué los parados no podrán, a su vez, descolgarse de una ley laboral que sólo protege a los trabajadores "colocados"? También es positivo que los convenios vencidos decaigan a los dos años. Pero dos años es una "ultraactividad" excesiva para convenios que suelen tener una vigencia de tres años.
El principal punto débil es, junto con las notables incertidumbres que pesan sobre su efectividad, que ni siquiera nos sitúa en la media europea, cuando lo que necesitamos sería cobrar ventaja respecto a Europa. La reforma se sitúa a medio camino entre la situación previa española y la europea. Además, pese a ser una reforma vasta, peca de poco profunda, sobre todo en relación con el coste social y político que comporta.
P: Desde distintos foros se critica la reforma con el argumento de que "por sí misma no creará empleo". ¿Qué piensa de esta crítica?
R: Quienes crean empleo son los que contratan (tanto empresarios como trabajadores), no el Gobierno mediante las leyes. Una reforma de este tipo no debe aspirar a crear empleo, y ésta no es solo una distinción semántica: hablar de que el empresario crea empleo da pie a regular la relación laboral, como si ésta no fuera fruto de la libertad contractual de las dos partes.
Las leyes siguen basadas en la creencia de que el trabajador no tiene otra opción que aceptar el trato que le ofrezca el patrón. Se trata del mito más dañino de los muchos que frenan el desarrollo de la sociedad española.
Sería suficiente con que las leyes laborales dejasen de incentivar la destrucción de empleo, que es lo que han hecho las leyes vigentes desde 1937. Sobre todo, han favorecido que el desempleo estructural sea muy elevado (en el momento de mayor crecimiento rondaba el 9 ó 10%); y un ajuste en la cantidad de empleo -vía despidos y cierres de empresas- antes que en precio -vía menores salarios-. La reforma intenta modificar las restricciones a este respecto, aunque hoy por hoy es difícil estimar en qué medida pueda conseguirlo. Además, por desgracia, una gran parte del ajuste ya se ha producido, vía reducciones de empleo, entre 2008 y 2011.
P: Entonces, ¿era ya demasiado tarde para realizar estas medidas?
R: Aunque lleguen tarde, bienvenidas sean, medidas como el ERE sin autorización previa y el descuelgue de convenio. Es mejor un ajuste rápido y claro que agónico. Son menos las rentas a capturar en el proceso de ajuste. Además, la amenaza del ERE sin autorización previa puede flexibilizar la maraña de dificultades corporativas que aún se mantienen en pie tras la reforma.
Igualmente, en otro ámbito, es también positiva la introducción de los ERE públicos si posibilitan cerrar organismos (incluidos centros universitarios): la Administración necesita empezar a ajustar cantidades (cerrando centros y organismos, y reduciendo su empleo con rapidez) en vez de salarios, lo que reduce la dedicación y la calidad, y es especialmente perjudicial en organismos que deben primar la excelencia.
P: ¿Por qué la legislación laboral vigente, según usted, incentiva la destrucción de empleo?
R: La ley impone unas condiciones de todo tipo muy beneficiosas para el trabajador. A todos aquellos trabajadores que, dentro de esas condiciones, producen menos de lo que cuestan al empleador les resulta imposible encontrar empleo, pues nadie quiere contratarles. El legislador se olvida, simplemente, de que dos no contratan si uno no quiere; y, cuando lo recuerda, sólo se le ocurre introducir subvenciones para contratos específicos (jóvenes, mujeres, etc.).
Pero el legislador no es tonto. Por el contrario, con esa estrategia, gana doblemente: al crear el problema y al pretender resolverlo. Le resulta beneficioso porque, cuando promulga derechos, redistribuye riqueza a los que tienen empleo; y cuando da subvenciones, produce la impresión de que hace algo para resolver el problema que él mismo ha creado. Además, genera empleos inútiles dedicados no sólo a gestionar todo el proceso de inspección y subvención, sino también a promover cursos de formación a parados, una excusa perfecta para repartir subvenciones entre sus amigos.
P: ¿Se atrevería a vaticinar los efectos de la reforma sobre la creación de empleo en el corto plazo?
R: Se tiende a creer que estos efectos dependen de si domina el menor coste del despido o la mayor, pero incierta, flexibilidad y la mejora marginal que produzca la mayor libertad contractual. En todo caso, será un efecto pequeño comparado con otros factores como el crédito o la evolución de la economía europea.
Muchos otros de sus efectos dependen del desarrollo reglamentario y jurisprudencial de la norma: es el caso de los ERE sin autorización, la competencia con sindicatos en formación y los convenios de empresa. La prolijidad de la reforma causará litigación y proporciona a unos jueces a menudo parciales excusas para anularla (ejemplo, la modificación de condiciones).
Sería deseable una revisión parlamentaria y que el reglamento clarifique la ley para evitar litigación y asegurar su efectividad. Más en profundidad, debería plantearse una reforma radical de la jurisdicción laboral.
P: ¿Y sus efectos sobre otras variables macroeconómicas?
R: Se quejan de que la reforma hará bajar los salarios. Como digo, dependerá de su efectividad, que es dudosa. Pero en todo caso, esa "devaluación interna" consistente en reducir salarios y rentas, es imprescindible para seguir en el euro. Su alternativa es la salida del euro y la consiguiente devaluación convencional de la nueva peseta que lo vendría a sustituir en España.
Las restricciones legales dificultan que se ajusten los salarios y condiciones laborales a los cambios en el entorno económico de las empresas. Además, distribuyen esos ajustes de forma muy poco equitativa. La retribución del empresario, el beneficio, ha caído hasta el punto en que muchas empresas se han visto condenadas al cierre. Tras cerrar la empresa, también caen los ingresos de sus trabajadores. En muchos casos, reducir los salarios hubiera evitado el cierre. La reforma debería facilitar que esa decisión entre cerrar o modificar condiciones laborales sea más racional, que haya más flexibilidad.
Asimismo, han caído los ingresos de los trabajadores temporales, pues son los primeros en ser despedidos y si encuentran otro empleo es a menudo a menor salario; así como incluso el salario de los funcionarios. El ajuste salarial también ha sido injusto en la medida en que, por un lado, los trabajadores fijos han quedado relativamente al margen, al menos hasta que sus empresas entran en crisis. Es más, incluso, cuando les despiden, reciben una indemnización desproporcionada a la de los trabajadores temporales.
P: Entremos en harina con los sindicatos: ¿por qué su enfado con la reforma laboral y la organización de la huelga general?
R: En mi opinión, la representación sindical debería estar sometida a la voluntad de los trabajadores libremente expresada en cada empresa. El régimen actual, representación obligatoria, es una carga para la mayoría de trabajadores, que beneficia sólo a aquellos mejor colocados y, por supuesto, a los propios representantes sindicales.
Los sindicatos están especialmente molestos con los aspectos menos espectaculares de la reforma como es el que, al menos en teoría, ya no tengan monopolio (junto con la patronal) para acceder a las subvenciones dedicadas a formar parados; o el que los ERE pasen a ser automáticos, lo que reduce su poder y con él su posibilidad de ganar todo tipo de compensaciones encubiertas; o que, al facilitar los convenios de empresa, la reforma aumenta la competencia entre empresas, lo que hace a los representantes empresariales menos proclives a conceder ventajas a los trabajadores e incrementa la amenaza que suponen las empresas pequeñas para las empresas grandes, en las que los sindicatos tienen más fuerza.
Quizá también estén molestos con que la excepción que disfrutaban los sindicalistas de no perder su empleo en un ERE ahora se podrá extender a otros trabajadores. En principio, ya es discutible que los sindicalistas deban tener prioridad para permanecer en la empresa en casos de despido. La reforma permite extender esta prioridad a los trabajadores con cargas familiares, los mayores de cierta edad o las personas con discapacidad, pero sólo si así se establece en el convenio o en el acuerdo alcanzado durante el período de consultas. Será interesante comprobar si nuestros sindicatos utilizan, o no, este nuevo derecho.
P: ¿Qué les diría a los sindicatos en relación a la reforma?
R: La comparación internacional demuestra que la reforma es blanda con los sindicatos y que mantiene las restricciones contractuales a niveles que no tienen parangón en países vecinos. Por ello, la reforma es insuficiente. Por ejemplo, las indemnizaciones por despido siguen siendo muy superiores a las que rigen en los países europeos a los que queremos parecernos.
Los sindicatos se oponen a ésta y a cualquier reforma porque gozan de una situación de privilegio con la actual situación. Por eso, han bloqueado la reforma durante 40 años. Pese a ser muy poco representativos, se les ha tratado como representantes de los trabajadores; cuando en realidad sólo representan a los "colocados": los rentistas laborales que han tenido la suerte de conseguir un empleo retribuido por encima de lo que producen, generalmente en grandes empresas y en el sector público.
Pese a ello, están presentes en todo tipo de foro (desde la negociación colectiva a numerosos organismos públicos) arrogándose una representatividad de la que de hecho carecen. Además de recibir todo tipo de subvenciones, obtienen un beneficio directo del sistema de formación de desempleados. Es más, incluso se benefician económicamente del proceso de ajuste ante la crisis, mediante las comisiones que cobran a los trabajadores para negociar las reestructuraciones y ERE.
domingo, 25 de marzo de 2012
Los Argentinos???
Los argentinos
Una vez alguien le pidió a un filósofo español, Julián Marías, muy
conocedor del pueblo argentino y de sus costumbres y, con un gran
cariño por nosotros, que hablara de los argentinos, pero con visión
desde fuera del bosque y de toda pasión...
Esto fue lo que dijo:
'Los argentinos están entre vosotros, pero no son como vosotros. No
intentéis conocerlos, porque su alma vive en el mundo impenetrable de
la dualidad.
Los argentinos beben en una misma copa la alegría y la amargura.
Hacen música de su llanto -el tango- y se ríen de la música de otro;
toman en serio los chistes y de todo lo serio hacen bromas. Ellos
mismos no se conocen. Creen en la interpretación de los sueños, en
Freud y el horóscopo chino, visitan al médico y también al curandero
todo al mismo tiempo.
Tratan a Dios como 'El Barba' y se mofan de los ritos religiosos,
aunque los presidentes no se pierden un Tedeum en la Catedral.
No renuncian a sus ilusiones ni aprenden de sus desilusiones.
No discutáis con ellos jamás!!! Los argentinos nacen con sabiduría !!!
Saben y opinan de todo!!! En una mesa de café y en programas de
periodistas / políticos arreglan todo.
Cuando los argentinos viajan, todo lo compara con Buenos Aires.
Hermanos, ellos son 'El Pueblo Elegido' ...por ellos mismos.
Individualmente, se caracterizan por su simpatía y su inteligencia. En
grupo son insoportables por su griterío y apasionamiento.
Cada uno es un genio y los genios no se llevan bien entre ellos; por
eso es fácil reunirlos, pero unirlos... imposible.
Un argentino es capaz de lograr todo en el mundo, menos el aplauso de
otros argentinos.
No le habléis de lógica. La lógica implica razonamiento y mesura.
Los argentinos son hiperbólicos y desmesurados, van de un extremo a
otro con sus opiniones y sus acciones.
Cuando discuten no dicen 'no estoy de acuerdo', sino 'Usted esta
absolutamente equivocado'.
Aman tanto la contradicción que llaman 'Bárbara' a una mujer linda; a
un erudito lo bautizan 'Bestia', a un mero futbolista 'Genio' y cuando
manifiestan extrema amistad te califican de 'Boludo'. Y si el afecto y
confianza es mucho más grande, 'Eres un Hijo de Puta'.
Cuando alguien les pide un favor no dicen simplemente 'Si', sino 'Como No'.
Son el único pueblo del mundo que comienza sus frases con la palabra
NO. Cuando alguien les agradece, dicen: 'NO, de nada' o 'NO'... con
una sonrisa.
Los argentinos tienen dos problemas para cada solución. Pero intuyen
las soluciones a todo problema.
Cualquier argentino dirá que sabe como se debe pagar la deuda externa,
enderezar a los militares, aconsejar al resto de América latina, disminuir
el hambre de Africa y enseñar economía en USA
Los argentinos tienen metáforas para referirse a lo común con palabras
extrañas. Por ejemplo, a un aumento de sueldos le
llaman... 'Rebalanceo de Ingresos', a un incremento de impuestos,
'Modificación de la Base Imponible ' y a una simple devaluación, 'Una
Variación Brusca del Tipo de Cambio'. Un Plan Económico es siempre,
'Un Plan de Ajuste' y a una Operación Financiera de Especulación la
denominan, 'Bicicleta'.
Viven, como dijo Ortega y Gasset, una permanente disociación entre la
imagen que tienen de si mismos y la realidad.
Tienen un altísimo numero de psicólogos y psiquiatras y se ufanan de
estar siempre al tanto de la última terapia.
Tienen un tremendo súper ego, pero no se lo mencionen porque se
desestabilizan y entran en crisis.
Tienen un espantoso temor al ridículo, pero se describen a si mismo
como liberados.
Son prejuiciosos, pero creen ser amplios, generosos y tolerantes.
Son racistas al punto de hablar de 'Negros o Judios de mierda' o
'cabecitas Negras'.
LOS ARGENTINOS SON ITALIANOS QUE
HABLAN EN ESPAÑOL.
PRETENDEN SUELDOS NORTEAMERICANOS Y
VIVIR COMO INGLESES.
DICEN DISCURSOS FRANCESES Y
VOTAN COMO SENEGALESES.
PIENSAN COMO ZURDOS Y
VIVEN COMO BURGUESES.
ALABAN EL EMPRENDIMIENTO CANADIENSE
Y TIENEN UNA ORGANIZACIÓN BOLIVIANA.
ADMIRAN EL ORDEN SUIZO
Y PRACTICAN UN DESORDEN TUNECINO.
Son 'Un Misterio'.
Una vez alguien le pidió a un filósofo español, Julián Marías, muy
conocedor del pueblo argentino y de sus costumbres y, con un gran
cariño por nosotros, que hablara de los argentinos, pero con visión
desde fuera del bosque y de toda pasión...
Esto fue lo que dijo:
'Los argentinos están entre vosotros, pero no son como vosotros. No
intentéis conocerlos, porque su alma vive en el mundo impenetrable de
la dualidad.
Los argentinos beben en una misma copa la alegría y la amargura.
Hacen música de su llanto -el tango- y se ríen de la música de otro;
toman en serio los chistes y de todo lo serio hacen bromas. Ellos
mismos no se conocen. Creen en la interpretación de los sueños, en
Freud y el horóscopo chino, visitan al médico y también al curandero
todo al mismo tiempo.
Tratan a Dios como 'El Barba' y se mofan de los ritos religiosos,
aunque los presidentes no se pierden un Tedeum en la Catedral.
No renuncian a sus ilusiones ni aprenden de sus desilusiones.
No discutáis con ellos jamás!!! Los argentinos nacen con sabiduría !!!
Saben y opinan de todo!!! En una mesa de café y en programas de
periodistas / políticos arreglan todo.
Cuando los argentinos viajan, todo lo compara con Buenos Aires.
Hermanos, ellos son 'El Pueblo Elegido' ...por ellos mismos.
Individualmente, se caracterizan por su simpatía y su inteligencia. En
grupo son insoportables por su griterío y apasionamiento.
Cada uno es un genio y los genios no se llevan bien entre ellos; por
eso es fácil reunirlos, pero unirlos... imposible.
Un argentino es capaz de lograr todo en el mundo, menos el aplauso de
otros argentinos.
No le habléis de lógica. La lógica implica razonamiento y mesura.
Los argentinos son hiperbólicos y desmesurados, van de un extremo a
otro con sus opiniones y sus acciones.
Cuando discuten no dicen 'no estoy de acuerdo', sino 'Usted esta
absolutamente equivocado'.
Aman tanto la contradicción que llaman 'Bárbara' a una mujer linda; a
un erudito lo bautizan 'Bestia', a un mero futbolista 'Genio' y cuando
manifiestan extrema amistad te califican de 'Boludo'. Y si el afecto y
confianza es mucho más grande, 'Eres un Hijo de Puta'.
Cuando alguien les pide un favor no dicen simplemente 'Si', sino 'Como No'.
Son el único pueblo del mundo que comienza sus frases con la palabra
NO. Cuando alguien les agradece, dicen: 'NO, de nada' o 'NO'... con
una sonrisa.
Los argentinos tienen dos problemas para cada solución. Pero intuyen
las soluciones a todo problema.
Cualquier argentino dirá que sabe como se debe pagar la deuda externa,
enderezar a los militares, aconsejar al resto de América latina, disminuir
el hambre de Africa y enseñar economía en USA
Los argentinos tienen metáforas para referirse a lo común con palabras
extrañas. Por ejemplo, a un aumento de sueldos le
llaman... 'Rebalanceo de Ingresos', a un incremento de impuestos,
'Modificación de la Base Imponible ' y a una simple devaluación, 'Una
Variación Brusca del Tipo de Cambio'. Un Plan Económico es siempre,
'Un Plan de Ajuste' y a una Operación Financiera de Especulación la
denominan, 'Bicicleta'.
Viven, como dijo Ortega y Gasset, una permanente disociación entre la
imagen que tienen de si mismos y la realidad.
Tienen un altísimo numero de psicólogos y psiquiatras y se ufanan de
estar siempre al tanto de la última terapia.
Tienen un tremendo súper ego, pero no se lo mencionen porque se
desestabilizan y entran en crisis.
Tienen un espantoso temor al ridículo, pero se describen a si mismo
como liberados.
Son prejuiciosos, pero creen ser amplios, generosos y tolerantes.
Son racistas al punto de hablar de 'Negros o Judios de mierda' o
'cabecitas Negras'.
LOS ARGENTINOS SON ITALIANOS QUE
HABLAN EN ESPAÑOL.
PRETENDEN SUELDOS NORTEAMERICANOS Y
VIVIR COMO INGLESES.
DICEN DISCURSOS FRANCESES Y
VOTAN COMO SENEGALESES.
PIENSAN COMO ZURDOS Y
VIVEN COMO BURGUESES.
ALABAN EL EMPRENDIMIENTO CANADIENSE
Y TIENEN UNA ORGANIZACIÓN BOLIVIANA.
ADMIRAN EL ORDEN SUIZO
Y PRACTICAN UN DESORDEN TUNECINO.
Son 'Un Misterio'.
Javier Arenas Caballo Volador
Javier Arenas y el caballo volador, de Pedro J. Ramírez en El Mundo
OPINIÓN: CARTA DEL DIRECTOR
Una regla muy segura para medir la calidad de la clase política es preguntarse dónde estaría cada personaje si tuviera que buscarse la vida en la empresa privada. A menudo rige el principio de Peter pues cunde el convencimiento de que tal o cual ministro, alcalde o presidente de comunidad no habría pasado de auxiliar administrativo en una multinacional o de redactor de la cartelera en un periódico. No es una cuestión de currículo -que también- sino de envergadura personal e intelectual.
Puesto que con el gobierno de las Leires, las Bibianas y los Pepiños llegó a percibirse que algún sumiller maligno decantaba la clase política mediante una especie de proceso de selección a la inversa, es reconfortante volver a contar con un consejo de ministros compuesto por los Guindos, Margallos y Cañetes, personajes avezados que se saben la asignatura y que no tendrían ningún problema en colocarse en el sector privado. Así ocurría con los gobiernos de UCD y con gran parte de los equipos de González y Aznar.
Al final todo se reduce a detectar el móvil que lleva a cada uno a la política. O sea, cuánto hay de vocación y afán de servicio público, cuánto de ansia de gloria y reconocimiento social y cuánto de sed de poder y ánimo de lucro. La prueba del algodón es en definitiva preguntarse si una criatura del PP, del PSOE o de Convergència i Unió gana o pierde dinero con la política.
Pues bien, debo decir que desde que conozco a Javier Arenas Bocanegra cuando en su más tierna infancia ya se peleaba con Zaplana en la pugna por el control de las Juventudes de UCD y hace casi 30 años se convirtió en el concejal más joven de la historia del Ayuntamiento de Sevilla, representando a aquel minúsculo PDP que liderado por Alzaga y Rupérez fue el primero en dar la batalla para averiguar la siniestra verdad que se ocultaba tras los atentados de los GAL, siempre he tenido la sensación de que aquel muchacho, ese ministro y vicepresidente del Gobierno, este veterano candidato a la Presidencia de la Junta perdía y sigue perdiendo dinero al dedicarse a la política.
Arenas es a la vez astuto e inteligente, tiene el don de la comunicación en la variante del saber hacerse simpático y encima es un trabajador incansable. Hubo un tiempo en que era el yerno soñado por cualquier madre y ahora, con la experiencia adquirida, sus conexiones y el conocimiento profundo de la Administración, habría sido el fichaje ideal con sueldo de seis ceros para cualquier banco, teleco o compañía eléctrica. No digamos para uno de estos superbufetes que empiezan a disputarse a los ex políticos con vitola.
Su carrera política no ha estado exenta de tropiezos, como sus tres derrotas como candidato a la Junta de Andalucía, e incluso de patinazos clamorosos. Se ha hablado mucho de su famosa foto con el limpiabotas del Palace, que tanto ayudó a construir un estereotipo negativo contra él, pero yo tengo grabada en la memoria aquella irresponsable comparecencia del 93 junto a Gallardón, acusando a Corcuera de poco menos que estar dando un pucherazo cuando el recuento electoral comenzó a desviarse de lo que habían previsto los sondeos.
Luego fue, sin embargo, tal vez el dirigente del PP que, junto a Rajoy, salió mejor parado de los años de Aznar. En la primera legislatura fue el artífice de los acuerdos con los sindicatos que sirvieron para reactivar el empleo convirtiendo el Ministerio de Trabajo en una especie de ala izquierda del primer gobierno genuinamente de derechas de la democracia. Y en la segunda, la secretaría general del partido le sirvió de punto de amarre frente a las levitaciones de la mayoría absoluta, hasta el regreso al Ejecutivo para adquirir pronto el mismo rango vicepresidencial de Rajoy y Rato.
Cuando se sube ese penúltimo peldaño del cursus honorum ya no resta otra disyuntiva que la de César o nada. Por eso habiendo quedado al margen de la pugna por la sucesión de Aznar y tras el trauma del 11-M, Arenas dejó estupefactos a propios y extraños cuando en 2004 anunció que se volvía a Sevilla a liderar el PP de Andalucía con el propósito de desalojar a los socialistas de la Junta. Desde el desembarco de Fraga en Galicia no había habido un repliegue tan sonado sobre el terruño, con las nada desdeñables diferencias de que era la política nacional la que había obligado a batirse en retirada a don Manuel tras no haber cosechado sino inapelables derrotas y de que, así como Galicia escoraba a la derecha desde el inicio de la Transición, Andalucía era el bastión inexpugnable de la izquierda.
Reconozco que fui de los que contemplaron esa Anábasis personal de Javier Arenas con una mezcla de sorpresa y conmiseración. Hacía falta tener mucha vocación política y al menos tanta entereza personal para, rebasadas ya las vehemencias idealistas de la juventud y colmadas todas las vanidades y ansias de notoriedad, dedicar los años centrales de cualquier biografía a esa misión imposible. No recuerdo si llegué a decírselo expresamente pero su planteamiento me pareció tan estéril como el de aquel condenado a muerte que prometió al sultán enseñar a volar a su caballo si aplazaba durante un año su ejecución. Según le explicó el insensato a un compañero de celda, tenía depositadas sus esperanzas en que durante ese tiempo o bien muriera el sultán o un terremoto destruyera la cárcel o, por último, quién te dice a ti que no ¡aprendiera a volar el caballo!
Tal y como yo lo veía y lo seguiré viendo hasta que no concluya el recuento de esta noche, para que a Arenas le saliera la jugada no se precisaba que sucediera alguna de esas tres cosas altamente improbables, sino que acontecieran las tres de forma concatenada: porque a un sultán bien podría sucederle otro que mantuviera la condena; y sobre los escombros de la cárcel destruida bien podría construirse una nueva en la que volvería a quedar prisionero, a menos que pudiera escapar a tiempo a lomos del caballo alado. Y encima lo de Arenas no era el ineludible dilema del prisionero, sino que era él quien se encerraba voluntariamente en la Andalucía clientelar del PER y Canal Sur en lugar de poner rumbo a la tierra firme del dinero, después de haber cumplido ya más que de sobra con la dedicación al servicio público.
Nadie puede negar ni su mérito ni su acierto durante estos ochos años de a Dios rogando pero con el mazo dando al frente del PP andaluz. Arenas ha hecho política a la vieja usanza, recorriendo cientos de miles de kilómetros, sin escatimar ni un solo fin de semana a la ingrata tarea de ir levantando un partido desde los cimientos en un entorno de escepticismo cuando no de abierta hostilidad. Hoy lidera una formidable maquinaria política que ha ido conquistando palmo a palmo el poder municipal en todas las capitales y ciudades importantes y ha empezado a conseguir una notable capilaridad en la Andalucía profunda.
Gracias a esa tarea los dos primeros escenarios casi inverosímiles con los que soñaba el condenado por el sultán se han hecho realidad. En 2004 Manuel Chaves estaba en el pináculo de un poder omnímodo, cimentado sobre sus 14 años al frente de la Junta y apuntalado por su condición federal del PSOE. Hoy ya es sólo leña para la chimenea.
Cuando Arenas se puso manos a la obra, en el socialismo andaluz no se había producido ni siquiera la renovación cosmética del zapaterismo. Todo seguía igual desde los tiempos de Juan Guerra. Chaves no gobernaba una comunidad autónoma sino un cortijo en el que el dinero del Estado se utilizaba para mantener cautivo el voto, las cajas de ahorro eran instrumentos clientelares, amigos y familiares tenían derecho de pernada y los medios de comunicación, con la única excepción relevante de EL MUNDO de Andalucía, se dividían entre los que aplaudían y los que miraban para otro lado. Esto tiene su miga ahora que algunos parecen haber despertado de su siesta eterna para acudir presurosos en auxilio del probable vencedor.
De hecho el punto de inflexión del yugo de hierro del sultán fue la absolución en diciembre de 2007 de nuestro director Francisco Rosell y nuestro redactor jefe Javier Caraballo en el juicio instado por Chaves tras las denuncias del espionaje practicado desde los aledaños de la Junta contra los presidentes de las cajas sevillanas. No sólo se utilizaban métodos mafiosos para obligar a pasar por el aro a cualquiera que se opusiera a los proyectos unificadores del poder sino que se pretendió convertir en delito el mero levantamiento de acta informativa de lo que ocurría. Pero al menos quedaban jueces en Andalucía.
No sé en qué medida aquello fue determinante pero me consta que influyó en la decisión de Zapatero de abordar, aunque fuera con casi una década de retraso, la asignatura pendiente de la reconversión del PSOE andaluz. Todo tenía un límite y el autoritarismo despótico de Chaves empezaba a ser percibido como un lastre para el conjunto del proyecto socialista. De ahí que en 2009 en una típica operación de patada hacia arriba se le confinara, junto a su sempiterno cómplice Gaspar Zarrías, en la turris ebúrnea madrileña de una fantasmagórica vicepresidencia tercera sin apenas competencias.
La muerte política del sultán desencadenó enseguida el desmoronamiento del edificio de corrupciones y encubrimientos que había albergado su poder. Cual paredes de un derruido castillo de naipes azotado por el vendaval, fueron quedando a la intemperie los escándalos personales e institucionales: primero fue lo de la niña Paula (10 millones de subvención a su empresa con flagrante incumplimiento del deber de abstención); luego lo del niño Iván (tráfico de influencias a mansalva a la sombra de la Junta y faena de aliño en la investigación policial por orden de la superioridad); primero aparecieron los falsos ERE (1.500 millones dilapidados más allá de la más infame de las rayas) y ya tenemos el caso Invercaria (con su chica lista inventando lo que haya que inventar como respaldo a créditos inauditos) esperando su slot en los juzgados.
Nada de esto ha sucedido por casualidad. Es el resultado inevitable de más de 30 años de mangoneo en la única autonomía en la que no ha habido alternancia política desde el inicio de la democracia. Tan inexorable parecía el anclaje de los intereses creados desde tiempo inmemorial por el clan de la tortilla socialista que si alguien hubiera pronosticado no ha mucho una victoria del PP por mayoría absoluta en Andalucía, seguro que le hubieran dicho que antes le saldrían alas a uno de los caballos de Álvaro Domecq.
Pues bien, el pueblo andaluz tiene la oportunidad hoy de transformarse en ese caballo volador capaz de remontar el estercolero de miseria e inmundicia que le ha legado el PSOE. Tiene la suerte de poder contar con uno de los mejores jinetes del hipódromo de la política española: un hombre lúcido, de integridad acreditada, dispuesto a dejarse la piel para encauzar la regeneración política y económica de su tierra. Él ya ha hecho su parte; esta mañana y esta tarde les toca a los andaluces hacer la suya.
Durante la campaña electoral los dardos de Javier Arenas han asaeteado a Chaves, Griñán y compañía de forma tan certera como lo hizo Odiseo cuando tensó su arco contra los pretendientes de Penélope. Si esta noche obtiene una mayoría de gobierno habrá completado el más fabuloso regreso a Ítaca de la historia política contemporánea. Si fracasa en el empeño siempre le quedará el consuelo de que, como bien dejó dicho Carlyle, «puede ser un héroe lo mismo el que triunfa que el que sucumbe, pero jamás el que abandona el combate». Y eso sí que no podrá reprochárselo nadie.
pedroj.ramirez@elmundo.es
OPINIÓN: CARTA DEL DIRECTOR
Una regla muy segura para medir la calidad de la clase política es preguntarse dónde estaría cada personaje si tuviera que buscarse la vida en la empresa privada. A menudo rige el principio de Peter pues cunde el convencimiento de que tal o cual ministro, alcalde o presidente de comunidad no habría pasado de auxiliar administrativo en una multinacional o de redactor de la cartelera en un periódico. No es una cuestión de currículo -que también- sino de envergadura personal e intelectual.
Puesto que con el gobierno de las Leires, las Bibianas y los Pepiños llegó a percibirse que algún sumiller maligno decantaba la clase política mediante una especie de proceso de selección a la inversa, es reconfortante volver a contar con un consejo de ministros compuesto por los Guindos, Margallos y Cañetes, personajes avezados que se saben la asignatura y que no tendrían ningún problema en colocarse en el sector privado. Así ocurría con los gobiernos de UCD y con gran parte de los equipos de González y Aznar.
Al final todo se reduce a detectar el móvil que lleva a cada uno a la política. O sea, cuánto hay de vocación y afán de servicio público, cuánto de ansia de gloria y reconocimiento social y cuánto de sed de poder y ánimo de lucro. La prueba del algodón es en definitiva preguntarse si una criatura del PP, del PSOE o de Convergència i Unió gana o pierde dinero con la política.
Pues bien, debo decir que desde que conozco a Javier Arenas Bocanegra cuando en su más tierna infancia ya se peleaba con Zaplana en la pugna por el control de las Juventudes de UCD y hace casi 30 años se convirtió en el concejal más joven de la historia del Ayuntamiento de Sevilla, representando a aquel minúsculo PDP que liderado por Alzaga y Rupérez fue el primero en dar la batalla para averiguar la siniestra verdad que se ocultaba tras los atentados de los GAL, siempre he tenido la sensación de que aquel muchacho, ese ministro y vicepresidente del Gobierno, este veterano candidato a la Presidencia de la Junta perdía y sigue perdiendo dinero al dedicarse a la política.
Arenas es a la vez astuto e inteligente, tiene el don de la comunicación en la variante del saber hacerse simpático y encima es un trabajador incansable. Hubo un tiempo en que era el yerno soñado por cualquier madre y ahora, con la experiencia adquirida, sus conexiones y el conocimiento profundo de la Administración, habría sido el fichaje ideal con sueldo de seis ceros para cualquier banco, teleco o compañía eléctrica. No digamos para uno de estos superbufetes que empiezan a disputarse a los ex políticos con vitola.
Su carrera política no ha estado exenta de tropiezos, como sus tres derrotas como candidato a la Junta de Andalucía, e incluso de patinazos clamorosos. Se ha hablado mucho de su famosa foto con el limpiabotas del Palace, que tanto ayudó a construir un estereotipo negativo contra él, pero yo tengo grabada en la memoria aquella irresponsable comparecencia del 93 junto a Gallardón, acusando a Corcuera de poco menos que estar dando un pucherazo cuando el recuento electoral comenzó a desviarse de lo que habían previsto los sondeos.
Luego fue, sin embargo, tal vez el dirigente del PP que, junto a Rajoy, salió mejor parado de los años de Aznar. En la primera legislatura fue el artífice de los acuerdos con los sindicatos que sirvieron para reactivar el empleo convirtiendo el Ministerio de Trabajo en una especie de ala izquierda del primer gobierno genuinamente de derechas de la democracia. Y en la segunda, la secretaría general del partido le sirvió de punto de amarre frente a las levitaciones de la mayoría absoluta, hasta el regreso al Ejecutivo para adquirir pronto el mismo rango vicepresidencial de Rajoy y Rato.
Cuando se sube ese penúltimo peldaño del cursus honorum ya no resta otra disyuntiva que la de César o nada. Por eso habiendo quedado al margen de la pugna por la sucesión de Aznar y tras el trauma del 11-M, Arenas dejó estupefactos a propios y extraños cuando en 2004 anunció que se volvía a Sevilla a liderar el PP de Andalucía con el propósito de desalojar a los socialistas de la Junta. Desde el desembarco de Fraga en Galicia no había habido un repliegue tan sonado sobre el terruño, con las nada desdeñables diferencias de que era la política nacional la que había obligado a batirse en retirada a don Manuel tras no haber cosechado sino inapelables derrotas y de que, así como Galicia escoraba a la derecha desde el inicio de la Transición, Andalucía era el bastión inexpugnable de la izquierda.
Reconozco que fui de los que contemplaron esa Anábasis personal de Javier Arenas con una mezcla de sorpresa y conmiseración. Hacía falta tener mucha vocación política y al menos tanta entereza personal para, rebasadas ya las vehemencias idealistas de la juventud y colmadas todas las vanidades y ansias de notoriedad, dedicar los años centrales de cualquier biografía a esa misión imposible. No recuerdo si llegué a decírselo expresamente pero su planteamiento me pareció tan estéril como el de aquel condenado a muerte que prometió al sultán enseñar a volar a su caballo si aplazaba durante un año su ejecución. Según le explicó el insensato a un compañero de celda, tenía depositadas sus esperanzas en que durante ese tiempo o bien muriera el sultán o un terremoto destruyera la cárcel o, por último, quién te dice a ti que no ¡aprendiera a volar el caballo!
Tal y como yo lo veía y lo seguiré viendo hasta que no concluya el recuento de esta noche, para que a Arenas le saliera la jugada no se precisaba que sucediera alguna de esas tres cosas altamente improbables, sino que acontecieran las tres de forma concatenada: porque a un sultán bien podría sucederle otro que mantuviera la condena; y sobre los escombros de la cárcel destruida bien podría construirse una nueva en la que volvería a quedar prisionero, a menos que pudiera escapar a tiempo a lomos del caballo alado. Y encima lo de Arenas no era el ineludible dilema del prisionero, sino que era él quien se encerraba voluntariamente en la Andalucía clientelar del PER y Canal Sur en lugar de poner rumbo a la tierra firme del dinero, después de haber cumplido ya más que de sobra con la dedicación al servicio público.
Nadie puede negar ni su mérito ni su acierto durante estos ochos años de a Dios rogando pero con el mazo dando al frente del PP andaluz. Arenas ha hecho política a la vieja usanza, recorriendo cientos de miles de kilómetros, sin escatimar ni un solo fin de semana a la ingrata tarea de ir levantando un partido desde los cimientos en un entorno de escepticismo cuando no de abierta hostilidad. Hoy lidera una formidable maquinaria política que ha ido conquistando palmo a palmo el poder municipal en todas las capitales y ciudades importantes y ha empezado a conseguir una notable capilaridad en la Andalucía profunda.
Gracias a esa tarea los dos primeros escenarios casi inverosímiles con los que soñaba el condenado por el sultán se han hecho realidad. En 2004 Manuel Chaves estaba en el pináculo de un poder omnímodo, cimentado sobre sus 14 años al frente de la Junta y apuntalado por su condición federal del PSOE. Hoy ya es sólo leña para la chimenea.
Cuando Arenas se puso manos a la obra, en el socialismo andaluz no se había producido ni siquiera la renovación cosmética del zapaterismo. Todo seguía igual desde los tiempos de Juan Guerra. Chaves no gobernaba una comunidad autónoma sino un cortijo en el que el dinero del Estado se utilizaba para mantener cautivo el voto, las cajas de ahorro eran instrumentos clientelares, amigos y familiares tenían derecho de pernada y los medios de comunicación, con la única excepción relevante de EL MUNDO de Andalucía, se dividían entre los que aplaudían y los que miraban para otro lado. Esto tiene su miga ahora que algunos parecen haber despertado de su siesta eterna para acudir presurosos en auxilio del probable vencedor.
De hecho el punto de inflexión del yugo de hierro del sultán fue la absolución en diciembre de 2007 de nuestro director Francisco Rosell y nuestro redactor jefe Javier Caraballo en el juicio instado por Chaves tras las denuncias del espionaje practicado desde los aledaños de la Junta contra los presidentes de las cajas sevillanas. No sólo se utilizaban métodos mafiosos para obligar a pasar por el aro a cualquiera que se opusiera a los proyectos unificadores del poder sino que se pretendió convertir en delito el mero levantamiento de acta informativa de lo que ocurría. Pero al menos quedaban jueces en Andalucía.
No sé en qué medida aquello fue determinante pero me consta que influyó en la decisión de Zapatero de abordar, aunque fuera con casi una década de retraso, la asignatura pendiente de la reconversión del PSOE andaluz. Todo tenía un límite y el autoritarismo despótico de Chaves empezaba a ser percibido como un lastre para el conjunto del proyecto socialista. De ahí que en 2009 en una típica operación de patada hacia arriba se le confinara, junto a su sempiterno cómplice Gaspar Zarrías, en la turris ebúrnea madrileña de una fantasmagórica vicepresidencia tercera sin apenas competencias.
La muerte política del sultán desencadenó enseguida el desmoronamiento del edificio de corrupciones y encubrimientos que había albergado su poder. Cual paredes de un derruido castillo de naipes azotado por el vendaval, fueron quedando a la intemperie los escándalos personales e institucionales: primero fue lo de la niña Paula (10 millones de subvención a su empresa con flagrante incumplimiento del deber de abstención); luego lo del niño Iván (tráfico de influencias a mansalva a la sombra de la Junta y faena de aliño en la investigación policial por orden de la superioridad); primero aparecieron los falsos ERE (1.500 millones dilapidados más allá de la más infame de las rayas) y ya tenemos el caso Invercaria (con su chica lista inventando lo que haya que inventar como respaldo a créditos inauditos) esperando su slot en los juzgados.
Nada de esto ha sucedido por casualidad. Es el resultado inevitable de más de 30 años de mangoneo en la única autonomía en la que no ha habido alternancia política desde el inicio de la democracia. Tan inexorable parecía el anclaje de los intereses creados desde tiempo inmemorial por el clan de la tortilla socialista que si alguien hubiera pronosticado no ha mucho una victoria del PP por mayoría absoluta en Andalucía, seguro que le hubieran dicho que antes le saldrían alas a uno de los caballos de Álvaro Domecq.
Pues bien, el pueblo andaluz tiene la oportunidad hoy de transformarse en ese caballo volador capaz de remontar el estercolero de miseria e inmundicia que le ha legado el PSOE. Tiene la suerte de poder contar con uno de los mejores jinetes del hipódromo de la política española: un hombre lúcido, de integridad acreditada, dispuesto a dejarse la piel para encauzar la regeneración política y económica de su tierra. Él ya ha hecho su parte; esta mañana y esta tarde les toca a los andaluces hacer la suya.
Durante la campaña electoral los dardos de Javier Arenas han asaeteado a Chaves, Griñán y compañía de forma tan certera como lo hizo Odiseo cuando tensó su arco contra los pretendientes de Penélope. Si esta noche obtiene una mayoría de gobierno habrá completado el más fabuloso regreso a Ítaca de la historia política contemporánea. Si fracasa en el empeño siempre le quedará el consuelo de que, como bien dejó dicho Carlyle, «puede ser un héroe lo mismo el que triunfa que el que sucumbe, pero jamás el que abandona el combate». Y eso sí que no podrá reprochárselo nadie.
pedroj.ramirez@elmundo.es
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