El Sudoku Samurái, de Pedro J. Ramírez en El Mundo
OPINIÓN: CARTA DEL DIRECTOR
Aunque en principio me costó creerlo, yo sabía que eso iba a suceder. El presidente Rajoy se puso el pijama, se lavó los dientes, sacó brillo a sus gafas y como todas las noches se metió en la cama con EL MUNDO. Miró metódicamente la hora en el reloj: las once, justo a tiempo de emprender la tarea final del día. Abrió el periódico por su penúltima página, lo dobló, se dirigió a la zona inferior, soslayó con desdén el Sudoku Fácil y comenzó a escanear visualmente, bolígrafo en ristre, las 81 casillas del Sudoku Dificil.
Quién me iba a decir a finales de 2004, cuando mi amigo, el entonces director del Times, Robert Thomson me contó que un ex juez neozelandés afincado en Hong Kong había convertido un antiguo pasatiempo japonés en el último reclamo para captar lectores de periódicos, que ocho años después el sudoku iba a ejercer sobre el sexto inquilino de la Moncloa, en plena tormenta monetaria, en plena crisis financiera, el mismo efecto entre somnífero y placebo que para mí tiene la ingesta de uno o dos miligramos de melatonina y para otros más maniáticos la acumulación de almohadas en el lecho o el uso de antifaz y tapones para los oídos.
Rastreando nuestra hemeroteca he de decir que cuando el nuevo entretenimiento arrasó entre españoles de toda condición Rajoy ya fue uno de los primeros y más entusiastas adeptos. Así, el 31 de octubre de 2005 la sección Nos cuentan incluía el siguiente sucedido: «Soraya Sáenz de Santamaría, responsable de Administración Territorial del PP, recibió hace algunos días dos juegos basados en el sudoku que acaban de aparecer en el mercado. Uno era para ella y el otro para Mariano Rajoy. Los juegos habían sido enviados por el fabricante que había leído en EL MUNDO una entrevista con Soraya en la que declaraba que el líder del PP es un consumado maestro de la especialidad. “Rajoy hace el sudoku a toda velocidad”, decía…».
Resulta que desde entonces la cosa no ha ido a menos, sino a más. Y poco cabe objetar. Puesto que experiencias científicas han demostrado que la resolución de sudokus aumenta el coeficiente intelectual y disminuye las posibilidades de contraer alzheimer; y sobre todo teniendo en cuenta que, como dijo en su día Jose Antonio Marina, «no es que movilice mucha memoria, pero mantiene la actividad solucionadora de problemas», parecerá poco emocionante, pero es hasta un alivio saber que Rajoy se dedica a eso, justo a la hora en que Felipe abría la bodeguiya, Aznar te fulminaba con la mirada con la copa de Alión entre las manos y Zapatero te preguntaba si creías en Dios.
Desde luego, mucho mejor que sea así, aun a costa de renunciar a cenas con periodistas o banqueros, que no lo que le pasó a Wolfgang Schäuble el pasado 27 de febrero cuando una cámara de televisión le pilló haciendo subrepticiamente el Sudoku durante una agitada sesión del Bundestag en la que la señora Merkel defendía el pago de la ayuda a Grecia. Y por otra parte, qué quieren que les diga, si antes o después iba a terminar descubriéndose que Rajoy se queda dormido con EL MUNDO, mejor que conste en acta que es haciendo el Sudoku Difícil y no leyendo la Carta del Director de los domingos.
Este dato ayuda además a entender cómo funciona la mente cartesiana, perfeccionista y un tanto maniática del nuevo presidente. De hecho anteanoche, después de un día de bastante tute, traté de ponerme en su lugar y sustituí la melatonina por los números que están solos -he aquí la traducción literal del nombre del que procede sudoku- justo al llegar a la hora 23. Mi falta de práctica y de don alguno para las matemáticas hizo que avanzara muy lentamente. Apenas tenía dos o tres de las nueve regiones que componen el puzle a medio rellenar cuando se me fueron entrecerrando los ojos, noté que el periódico resbalaba entre los dedos y pronto «como un perro herido rodó a mis pies mi capa».
Sin embargo, yo seguía ahí, zambulléndome en una especie de tobogán de casillas y de números al final del cual me esperaba Rajoy moviendo incansablemente la rodilla y mesándose la barba. Estábamos en medio de una pradera verde pintada con rayas de cal. Pero aquello no era un campo de cricket ni de croquet, sino una pista de sudokus enlazados entre sí. Nosotros ocupábamos los 81 cuadrados centrales pero de cada una de las regiones, situadas en los cuatro ángulos del cuadrilátero, brotaban otros cuatro sudokus como si fueran las piernas y brazos de un descomunal cuerpo humano, conectadas a través del tronco.
Entre perplejo y abrumado, recordé la variante que había inventado el Times como encarnizamiento de fin de semana para lectores colgados, que ahora incluye nuestro Magazine: «Mariano, ¡¡esto es un Sudoku Samurái!!». Y Rajoy asintió con la mezcla de determinación y espanto de quien tiene que plantar cara a Moby Dick, King Kong, Godzilla y el Abominable Hombre de las Nieves al mismo tiempo.
Colocándonos en la posición de las doce en punto y siguiendo las agujas del reloj me mostró en primer lugar el Sudoku del Estado. Los nueve elementos combinatorios eran las fotos de los presidentes autonómicos que por una u otra razón le preocupaban: Mas, Griñán, Patxi, Cospedal, Esperanza, Valcárcel, Fabra, Feijóo y Barcina.
Que Andalucía y Cataluña hubieran pasado por el aro de su Ley de Estabilidad y superado el examen del Consejo de Política Fiscal suponía para Rajoy la mejor noticia en mucho tiempo. Era un mensaje potente hacia fuera y una manera de demostrar que se puede atajar el descontrol autonómico sin necesidad de poner el Estado patas arriba.
Todo eran parabienes cuando, de repente, bajo las casillas que ocupaban Esperanza y Fabra se abrieron dos cajones llenos de facturas. ¡Más déficit oculto! Rajoy se echó las manos a la cabeza pensando lo que dirían los mercados cuando supieran que España rectificaba su rectificación.
Además una cosa es decir que se va a cumplir el objetivo de déficit y otra muy distinta hacerlo. En mi sueño Rajoy no se fiaba un pelo. Cada vez que uno de los líderes autonómicos le pedía hispabonos, alzando los brazos al cielo como si clamara que lloviera maná, él contestaba educadamente: «Vuelva usted mañana… con los deberes hechos».
Abajo a la derecha estaba el Sudoku de la Opinión Pública. En cada una de las nueve casillas había una pancarta. Rajoy me condujo con perplejidad de una a otra. Ante las que denunciaban los recortes en Sanidad y Educación puso cara de pesadumbre, como diciendo qué mas quisiera yo que no tener que hacer nada de esto. Ante la del 15-M pareció satisfecho, no porque el movimiento haya perdido fuerza, sino porque la Policía ha demostrado que se puede garantizar el derecho de reunión e impedir a la vez la ocupación del espacio urbano. Ante la de los medios de comunicación pidiéndole declaraciones, ruedas de prensa y entrevistas se encogió de hombros como si la culpa fuera en realidad de Carmen Martínez Castro.
Sólo quiso hablar muy claro cuando nos paramos ante la pancarta de las víctimas del terrorismo: «ETA y los abertzales están desconcertados porque piden una serie de cosas y se encuentran con que el Gobierno no hace nada. Pues bien, eso es lo que yo voy a hacer: nada. Y cuando digo nada es… nada». Ante la pancarta de Rubalcaba llamándole de todo pero pidiéndole diálogo, dijo algo parecido a lo que comentaba Juanito de los 90 minutos de los partidos de Copa de Europa en el Bernabéu: una legislatura con mayoría absoluta es molto longa. Ante la pancarta de Rosa Díez repitió lo que acababa de decir en el Congreso. Ante la pancarta que sujetaban sus dos hijos prometió atender todas sus reivindicaciones. Ante la pancarta de los accionistas e impositores de Bankia… me dijo que esa era la pasarela hacia el sudoku inferior izquierdo.
Entrar en el Sudoku Financiero era como descender al penúltimo círculo del infierno. Las casillas tenían forma de caldera o, más exactamente, de esas ollas de barro en las que los caníbales cocinaban a los exploradores a fuego lento. Dos de las tres regiones estaban destinadas a calderas ocupadas por banqueros. Había dos grandes, dos medianas y dos pequeñas. En las grandes Botín y FG estaban como en la sauna: se les veía relajados y con buen color, pero ya empezaban a sudar. Fainé ocupaba una de las medianas, y Oliú y Ron compartían la otra: todavía sonreían, pero a medida que aumentaba la temperatura y el agua empezaba a hervir, la piel se les iba poniendo del color de los langostinoss de Sanlúcar.
Una de las dos calderas pequeñas era el melting pot de las cajas fusionadas: todo bullía a borbotones y ya sólo se veían brazos y piernas sueltas en medio de gritos y alaridos. Guindos removía la masa con un implacable cucharón de madera. Al pie de la otra se veía el cadáver torrefacto del gran Rodrigo Rato, mientras Goiri se encaramaba hasta el borde liderando un ejército de hormigas con visera, manguitos y extintores.
Rajoy me explicó que con la reforma financiera ha quedado claro que el Gobierno está resuelto a actuar, sin distinguir entre amigos y no amigos, para restablecer la confianza en nuestras entidades. Con unas provisiones en la hucha que suman ya el 8% del PIB, la temperatura bajará necesariamente en todas las calderas. Pero su problema no era explicármelo a mí, sino a las instituciones que ocupaban las casillas de la tercera región del Sudoku Financiero. En una de ellas dormitaba Fernández Ordóñez a la espera del pelotón de fusilamiento. En la otra, Christine Lagarde regentaba una casita de chocolate atiborrada de peligrosas golosinas. Y en la otra, Mario Draghi le invitaba a cenar, pero sólo le ponía en el plato cuatro guisantes mientras él se rodeaba de fuentes atestadas de viandas.
Para encarar el problema de la prima de riesgo tuvimos que ascender al Sudoku Europeo en el que cada casilla parecía un compartimento del Titanic. El de Grecia estaba completamente inundado, en los de Portugal e Irlanda el agua llegaba casi hasta el cuello y en los de Italia y España, subía muy por encima de la cintura. Pero es que en el camarote de Francia también cubría ya hasta la rodilla e incluso Holanda y Finlandia habían acudido al puente de mando a comunicar a Alemania que en los camarotes de primera se detectaban grietas y filtraciones peligrosas. Guindos llegó en éstas con la última evaluación de la temperatura en el océano de los mercados: «Si Europa no toma decisiones claras en el plazo de un mes, vamos a pasarlo muy mal».
Yo miré a Rajoy con angustia pero él, sin perder la calma, sacó un post-it amarillo de «solucionador de problemas», en el que tenía escritas tres palabras. Me dijo que había que aplicarlas al cuadrado: tres por tres, nueve; nueve por nueve, ochenta y uno. Con esas tres palabras defendería el cuadrilátero nacional. La primera era «austeridad» (aplicada a los ayuntamientos, a las comunidades y al Estado); la segunda, «reformas» (como la laboral, la bancaria o la presupuestaria); y la tercera, «competitividad» (para las pequeñas, las medianas y las grandes empresas). «Sólo por este camino llegará el crecimiento sano».
Los dos nos despertamos a las siete. Yo me puse a transcribir el sueño y él a hacer su media hora de cinta. Al terminar se subió, como todos los días, a la báscula con la incertidumbre de si estaría más cerca de los ochenta kilos y medio con los que se siente cómodo o de los ochenta y uno y medio que empiezan a preocuparle. Apenas vio aparecer el cero delante de la coma su rostro se iluminó de satisfacción. Pasara lo que pasara, ese día no sólo resolvería el Sudoku Difícil, sino que además se tomaría el whisky con hielo al que tiene derecho todo buen samurai.
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