sábado, 24 de diciembre de 2011

Marianito Presidente

No era dado a librar batallas con espadas y pistolas, como acostumbraban otros niños. Educado en libros, mapas y encerados, Marianito, como entonces le llamaban, prefería desgranar su curiosidad en los cuentos de Walt Disney.

La primera infancia de Mariano Rajoy fue itinerante. Siempre a merced de los destinos profesionales de su padre. Uno de ellos le llevó hasta Carballiño (Orense), a finales de los 50. El joven juez, Mariano Rajoy Sobredo, y su esposa, Olga Brey, se instalaron en la localidad orensana con el pequeño, por entonces hijo único. Alquilaron el primer piso del edificio «Casa Cortés», propiedad de unos conocidos empresarios de la época.

«Era buen niño. Y le gustaba mucho el chocolate», cuenta Pepa, que hoy reside con su marido, Daniel, en la misma vivienda que en su día ocuparon los Rajoy. Por aquel entonces, vivían puerta con puerta con el juez recién llegado y su joven mujer.

El longevo matrimonio aún no puede creer que aquel niño «que no dejaba una sola croqueta en el plato si doña Olga se descuidaba» sea hoy el presidente del Gobierno. Para sus padres, solo tienen buenas palabras. «Ella era guapa y muy simpática; y don Mariano, honrado a carta cabal».

Latas de queso americano
En aquel tiempo, tenía Mariano Rajoy un compañero de juegos unos años mayor: su vecino del tercero. «Yo era el niño de pueblo, de los juguetes bárbaros, con puñales y escopetas; él, el hijo del juez. Le sorprendían mucho las armas, porque no formaban parte de su educación. Era muy comedido», recuerda Felipe Senén, que aún conserva aquellas fotografías que su padre, Felipe López, les hacía en la terraza cuando jugaban.

Los chicos hacían «experimentos»: machacaban el romero, el laurel, los claveles y aderezaban el mejunje con vinagre. «Lo mezclábamos todo en las latas vacías del famoso queso que nos enviaban los americanos; y también hacíamos regaderas», explica Senén, hoy arqueólogo y museólogo de la Diputación de La Coruña. Entre juego y juego, se daban grandes merendolas. A Rajoy le encantaban los chocolates de Matías López y el salchichón Pamplonica. Alguna vez, cuando faltaba su yaya, Eulalia, Marianito se quedaba en casa de su vecino. Dice Senén que el niño era muy curioso. Todo le interesaba. «En mi cuarto de estudio, yo le daba clases: “a, e, i, o, u”. Le decía: “Madrid, capital de España”. Pero era muy pequeño y se le abría la boca. Muchas veces, se quedaba dormido…».

La osa Petra
En más de una ocasión, lo llevó de la mano hasta el colegio del Sagrado Corazón, no lejos de su casa, donde la disciplina era estricta y la madre Serafina, muy rígida. Pero Mariano Rajoy estudió aquí poco tiempo, porque la familia se marchó a vivir a Oviedo, ciudad desde la que Rajoy escribiría a su amigo una postal que Felipe Senén aún conserva. En ella contaba lo bonita que era la ciudad, con sus alamedas y una osa. La osa Petra.

El niño creció y el joven Rajoy, estudioso y responsable, se convirtió en un estudiante modelo. Para su antiguo profesor de Derecho Mercantil, José Manuel Otero Lastres, era uno de sus alumnos predilectos, porque «era uno de los buenos».

El profesor recuerda una anécdota que define el carácter perfeccionista del actual presidente del Gobierno. En un examen parcial liberatorio, Rajoy obtuvo un nueve y medio de nota y otro estudiante sacó un diez. «Entonces vino a verme, no para reclamar, sino porque quería saber exactamente por qué no había recibido la máxima nota. Se lo expliqué un poco y ya el examen final fue de diez».

Con 24 años, Mariano Rajoy vivió uno de los sucesos que marcaron su vida: un accidente de coche en Palas del Rey (Lugo). «Cuando llegó al hospital, tenía un fuerte traumatismo en la cara», afirma el doctor Luis Zaera de la Vega, el cirujano plástico que le atendió aquella noche. «Fue una operación muy laboriosa. Me llevó seis horas reparar las heridas que tenía por toda la cara», explica. Tras el siniestro, se dejó crecer la barba para tapar las cicatrices. Solo se la ha afeitado una vez, en 1996, cuando ya era ministro. Pero él mismo ha confesado en alguna ocasión que ya no se ve sin ella.

Diez años después del accidente, el doctor Luis Zaera y Mariano Rajoy coincidieron en una fiesta que celebraba un amigo común en Lugo. «Rajoy me dijo que estaba muy agradecido por lo que había hecho por él. Desde entonces, y han pasado treinta años, ha seguido en contacto conmigo. Siempre que ve a alguien de Lugo, pregunta por mí y me manda recuerdos. Esto me demuestra su nobleza de carácter», afirma.

Poco podía imaginar el doctor Zaera que aquella noche de 1979 estaba operando al futuro presidente del Gobierno. En Carballiño, tampoco lo hubieran vaticinado hace medio siglo, cuando el niño Rajoy, si Eulalia se despistaba, echaba mano a algún dulce en la tienda de ultramarinos. O cuando Marianito cambiaba los cuentos para jugar en aquella terraza con Felipe, su amigo de infancia para el que Mariano Rajoy siempre será Marianito. «Él lo sabe perfectamente».

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