martes, 18 de septiembre de 2012

Hasta en el adiós Esperanza Aguirre ha sido fiel a sí misma


Hasta en el adiós Esperanza Aguirre ha sido fiel a sí misma. Ella y sólo ella escribe su agenda, marca su territorio, dicta su destino. Su marcha, sorprendente e imprevista, deja al Partido Popular huérfano de uno de sus escasos referentes alternativos, posiblemente el único rostro al que se aferraban utópicamente aquellos que siempre han votado conservador y no soportaban tener que seguir entregando su papeleta al actual líder del partido.
Y si es bien cierto que desde el día después de ganar sus últimas elecciones se ha venido barajando con su renuncia, no lo es menos que llegado el momento -ella siempre ha manejado como nadie los momentos- su adiós ha cogido a todos, incluido a su propio partido, mirando para otro lado.
Su rostro fue en esta ocasión, cuando decía que se iba, que lo dejaba todo, espejo del alma: aguantó como pudo las lágrimas, pero no logró disimular ni el cansancio reflejado en sus ojos, ni la tristeza, ni la preocupación, ni la maldita enfermedad que todavía la acecha, ni la profunda desdicha que la rodeaba en el momento de anunciar que abandonaba la pasión que ha movido su vida desde hace 30 años: el ejercicio de la política.
Tarde o temprano se sabrá la verdadera causa de su abandono pero hasta entonces el catálogo de hipótesis no dejará de crecer y multiplicarse. Se hablará de que ya lo tenía todo absolutamente pensado desde las últimas autonómicas, aunque los defensores de esta teoría no dejan de extrañarse de que haya sido bastante antes de lo previsto; se hablará de la salud, de la suya propia o la de los suyos; se hablará de que quiere dejar a su delfín como presidente ahora, y también como candidato cuando llegue el momento, y qué mejor época que ésta en la que Rajoy no parece tener tiempo ni capacidad para resolver dos problemas a la vez para decir "sí" a ese delfín a quien tanto odia y detesta; se hablará de que ya no podía soportar más ni al presidente ni a sus políticas, ya sean económicas o antiterroristas... Se hablará de todo esto y todo esto puede formar parte de los motivos que la han empujado a marcharse.
"Se va una de las grandes", me decían tras el anuncio, un destacado miembro de su partido y otro del principal partido de la oposición. "Un animal político", estaban de acuerdo ambos. Y es verdad. Querida y odiada a partes iguales por propios y ajenos, Esperanza Aguirre ha sido sin duda uno de los baluartes electorales de su partido y un azote constante para los partidos rivales. Es más que probable que en los últimos tiempos haya obtenido más respeto y hasta consideración por parte de estos que de aquellos, porque así es la política. Su trayectoria, como la de la mayoría de los que han ejercido el mando, está repleta de aciertos y también de desaciertos. No es momento ahora de analizar si la balanza ha de inclinarse hacía un lado o hacia otro.
Y aunque es cierto que accedió al poder en la Comunidad de Madrid gracias al 'tamayazo', no es menos exacto que después supo ganar y ganar bien y hasta en territorios tradicionalmente hostiles a la derecha. Ha sido, y sigue siendo, una candidata querida por su electorado -factor este que no se puede decir de muchos de los que ganan, porque una cosa es que te voten y otra que te quieran- que se va sin ver cumplido el que hubiera sido su gran deseo en el ocaso de su carrera política: ser alcaldesa de Madrid.
Lo que resulta indudable es que el PP pierde uno de sus principales generadores de votos -para muchos el mayor junto con su compañero y enemigo Alberto Ruiz Gallardón- y ya hay quien vaticina que sin ella al frente, los populares no volverán a repetir mayoría absoluta en Madrid.
Su peculiar forma de ejercer la política la hizo ganarse el favor de una gran parte de su electorado y también el rencor de una gran parte de su partido, que nunca pudo soportar que tuviera vida propia, que dijera lo que pensaba y hasta que se enfrentara al actual líder sin compasión ni miramientos.
A veces acertaba de pleno, pero a veces también metía la pata, se equivocaba, pecaba de soberbia, de prepotencia y fundamentalmente de frivolidad... aunque siempre decía lo que creía que debía decir sin importarle excesivamente las consecuencias. Sólo una vez se calló cuando tenía que haber hablado: en el Congreso de su partido en Valencia donde amagó pero no dio. Y bien sabe ella que su paso atrás no evitó que las humillaciones sufridas desde entonces por parte de la dirección nacional de Génova hayan sido mayores que si se hubiera atrevido a plantar batalla.
Ahora dará comienzo ese carrusel tan español de derramar elogios y adjetivos al que se va. Le van a decir de todo y todo bueno. Y será entonces cuando Esperanza Aguirre le pida ayuda al Señor para que la salve de los amigos, porque para los enemigos siempre se ha bastado ella sola.

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