lunes, 23 de enero de 2012

Cristóbal Montoro: Desde la Pobreza de Jaen

Un niño flacucho, con camisa blanca y pantalón corto. A su lado, un galgo negro que clava su mirada en la cámara y proyecta su escuchimizada sombra sobre una tierra hambrienta de oportunidades. Al fondo, otro niño y la pared encalada de una casa humilde. Es difícil adivinar en la vieja foto al nuevo hombre. A Cristóbal.

Quién le iba a decir a don Gil Montoro Fernández, cuando decidió en 1965 trasladar su familia a Madrid desde Cambil, a 30 kilómetros de Jaén, que uno de sus dos hijos, Cristóbal, iba a convertirse 47 años después en el hombre clave del Gobierno de España y que tendría que administrar una formidable crisis, nada menos que como ministro de Hacienda, cargo que históricamente estuvo en manos de algún representante de las grandes familias, cuando no de miembros de la oligarquía.

Porque este hombre menudo y de aspecto profesoral es el único catedrático de Hacienda Pública que ha sido dos veces ministro de la cosa en el Reino de España. Cristóbal Ricardo Montoro Romero, de 61 años, marca también otro hito en el poder español: es lo más alejado a un «pijo» al uso, un hombre que por origen familiar y contexto geográfico bien pudiera militar en un partido de los que antes se llamaban «de clase».

En efecto. El ministro más mentado estos días y que adquiere honores de cita en The New York Times viene de una familia humilde y tiene tras de sí una lucha personal extraordinaria del desclasamiento de origen a ser uno de los más genuinos representantes de la «aristocracia del mérito».Veamos.

¿Quién es Cristóbal Montoro? El hombre fuerte del Gobierno, la persona a la que Mariano Rajoy ha encargado poner en orden las depauperadas cuentas públicas, el hombre del látigo y la tijera que esta semana propuso que los políticos asuman la responsabilidad penal de sus derroches, vino a este mundo un 28 de julio de 1950. Esto es, cuando la posguerra lanzaba sus últimos zarpazos sobre un erial llamado España. Don Gil y doña Mercedes, padres del ministro, tuvieron dos hijos. El menor, llamado Ricardo, es catedrático de Sociología en la Universidad Autónoma (Madrid).

Gil, el progenitor, provenía de una familia rural, hijo sobreviviente de cuatro en Cambil. Como su madre enviudó muy pronto, apenas había nada que comer en casa. Sobrevivieron gracias a la intensa red familiar del pueblo. Es decir, algo similar a lo que ahora ocurre ahora en millones de familias azotadas por la pandemia del paro. «Mi padre fue un hijo de varias madres», apostilla Ricardo, el único hermano del ministro, muy unido a su jefe natural. Don Gil era tenido entre sus paisanos como «el listo del pueblo», aunque estudió a duras penas el bachillerato en una familia donde nadie había estudiado nunca.

El padre de Montoro mantuvo a su familia como «agente comercial», siempre totalmente independiente: no le gustaba tener jefes. Y, ¿en qué comerciaba? «En lo que podía, en aquellos productos que le dejaban una peseta o media», responde Ricardo. Se especializó en pintura y papel pintado de decoración, así como pintura industrial.

Lo intentó en su Jaén natal, pero el negocio era ruinoso. Había que buscarse la vida. Decidió mudarse a Madrid, mientras su familia permanecía sola toda la semana en el pueblo. Se pateaba todas las industrias de pintura de la capital. Encontró su Eldorado en un vasco que dio una oportunidad a este andaluz lleno de voluntad de sacar su familia adelante. En 1965, el progenitor tuvo definitivamente claro que en Jaén no había futuro, así que, hatillo al hombro, trasladó al clan a Madrid, donde había echado un ojo a un piso en el popular barrio de Lavapiés. Pero el empresario vasco se le apareció en forma de ángel:

- Gil, busca un pisito en propiedad, yo te lo pago y me lo vas devolviendo poco a poco.

De modo y manera que la familia Montoro se instaló en una vivienda vieja en el Paseo de Extremadura (concentración de emigrantes llegados de toda España), un cuarto sin ascensor, de 70 m², con tres dormitorios y un baño tipo pileta, cocina de carbón, sin calefacción ni comodidad digna de mencionarse.

Este fue el contexto en el que se crió el adolescente Cristóbal. Como para tantos españolitos de su época, una naranja era un manjar excelso en una familia donde faltaba de casi todo. «Sobrevivir era un triunfo», recuerda un amigo de la infancia del hoy ministro.

La obsesión de Gil y Mercedes (que no pudieron ver a su hijo llegar a ministro en 2000) era que sus hijos estudiasen. Estaba totalmente prohibido que trabajaran, que era lo más corriente en las familias con penurias económicas. Estudiar, estudiar, estudiar: no había otra posibilidad. Los dos hijos acabarían siendo catedráticos por oposición.

Cristóbal se incorporó en sexto de bachillerato en el Instituto Cervantes, sito en la Glorieta de Embajadores: es decir, es hijo de la enseñanza pública. «Se juntaron tres elementos clave», recuerda Ricardo, el sociólogo. Unos padres con un decidida voluntad de que sus hijos estudiasen, una ciudad abierta como Madrid, que no preguntaba quién eras o de dónde venías… Y, finalmente, la apertura de la Universidad Autónoma, donde se aplicaban los mismos principios: si vales, estudias. Montoro, el primogénito, fue de la primera promoción de la facultad de Ciencias Económicas, especialidad Hacienda Pública. Su hermano, de la tercera.

listo, no empollón

Desde la primaria, Cristóbal se distinguió por ser un buen estudiante. «No era el típico empollón, ni estaba obsesionado con las matrículas de honor, pero lo leía todo: prensa, libros, folletos…», recuerda Juan José, un compañero de estudios. Su máxima ha sido siempre serenidad, tenacidad, inteligencia, paciencia... No busca «deslumbrar» o «apabullar» con su discurso, sino que «se me entienda». En el fondo, Montoro es un simple profesor desde que en 1973 se licenció, se doctoró en la misma materia, hasta que en 1989 logró su cátedra de Hacienda Pública en la Universidad de Cantabria.

«Hay pocas cosas que se le escapen de Economía», señala un antiguo colaborador en el Instituto de Estudios Económicos. «Es su pasión… En el fondo, Cristóbal Montoro es una persona a la que le gusta la política con grandes conocimientos de economía… Su lema principal es "eficacia y eficiencia" por encima de ideologías o parámetros políticos previos».

Desde que puso su pie en la Autónoma, Montoro empezó a interesarse por la política. Se ha extendido la idea de que en aquella época militó en partidos de izquierda y se afilió al sindicato CCOO, igual que su compañera. La realidad no se compadece con esta leyenda urbana en torno al ministro de moda. Tampoco en la familia se hablaba de política: lo importante era la supervivencia y el estudio.

«Lo que sí recordamos», recuerda un compañero de promoción ya jubilado de una multinacional, «es que era un estudiante muy inquieto socialmente, rebelde ante todo, crítico con la dictadura, pero no mantuvo un activismo llamativo… Lo suyo era el estudio, la lectura, los planteamientos teóricos…».

En la facultad se le podría describir como el típico joven que considera que aquella situación de dictadura era tan injusta como inviable… «Una aberración».

También se ha escrito que el ministro fue miembro del Opus Dei. «No es verdad. Nunca quiso militar ni asociarse a nada. Le gustaba ir por libre», rememora una persona cercana. «Siempre fue un liberal moderado en el sentido amplio de la palabra, tanto en pensamiento como en economía, con una deriva social de primer orden. Montoro considera que lo "social" ni es ni puede ser patrimonio exclusivo de los partidos de izquierda. Tampoco se le puede definir stricto sensu como conservador».
«El socialista», explica su hermano Ricardo, considerado también como uno de los grandes expertos sociológicos del país (fue presidente del CIS y asesor de José María Aznar), «suele apropiarse de lo social para ostentar el poder, sin que le interese en algunos casos lo más mínimo». Y pone seguidamente algunos ejemplos de vida suntuosa en líderes de izquierda que, al mismo tiempo, juran por lo social.

Cristóbal Montoro se encuadró desde siempre, aún sin él saberlo a ciencia cierta, en el liberalismo moderado. Esto quiere decir que, en sus planteamientos ideológicos básicos, la defensa del bien público prima sobre cualquier otro posicionamiento. Libertad individual frente a lo colectivo y el Estado. Se necesitan instituciones públicas fuertes, pero no invasivas.

«Lo que prima en Montoro es la cultura del mérito, valorar las capacidades de cada persona y premiar el esfuerzo, el trabajo y el riesgo», afirma un ex alumno, hoy al frente de una empresa de márketing. Por ahí hay que entender su reciente propuesta de meter en la cárcel a los administradores públicos que juegan con el dinero de los contribuyentes. «Vamos a exigir responsabilidades penales para los gestores públicos», declaró esta semana.

En su discurso sereno, aunque en ocasiones muy duro y radical, Montoro mantiene un patriotismo alejado del histerismo, pero «muy profundo». Cree que su país es una gran nación sometida siempre a los vaivenes de la Historia y que alguna vez habrá que estabilizarla.

Se ha casado dos veces. Tiene dos hijas, de 36 y 25 años, producto de su primer matrimonio, a las que está muy unido, y su actual pareja se llama Beatriz. Todavía no le han hecho abuelo, uno de sus deseos actuales más fervientes. «Cristóbal es como aparece ante el gran público: sencillo, tipo normal, con ese aspecto profesoral y machadiano, que tiene siempre presente de dónde procede y, por lo tanto, sabe lo que vale un euro», afirma otro compañero de universidad.

Esto es, austero en su forma de vida y que intenta ahorrar lo que puede. Sus aficiones encajan con este perfil: ver el fútbol, dar caminatas por el monte e innumerables lecturas de Historia de la Economía.

el profesor de aznar

Desde que el PP llegó al poder en 1996, Montoro fue el profesor de Economía de José María Aznar. Lo recomendó su amigo Pedro Arriola, con quien coincidió en la CEOE. Desde entonces, ha sido una pieza clave en los equipos económicos del centroderecha. Primero como secretario de Estado de Hacienda y, a partir del 2000, con rango de ministro. Se las tuvo tiesas con las altas finanzas, que creían poder manipular al jienense. De ahí su enemistad con el ministro. Rajoy no cedió a sus presiones, que pretendían alejar al catedrático del poder.

En este hay alguna diferencia con su partenaire económico, Luis de Guindos, que podría representar a otros estratos económicos con más justeza que el hijo del vendedor de pinturas. «Es una persona insensible a las alabanzas, oropeles o beneficios económicos», señala un diputado del PP que colabora con el ministro desde hace tiempo.

Le importa el dinero como a todos, pero no tiene obsesión alguna. Lleva una vida sencilla y no termina de entender -«es más, le irritan sobremanera»-, algunas ostentaciones, más si son de su propio partido. El ministro tijeras desprecia profundamente las banalidades y sostiene que las «cosas importantes de la vida no se pueden comprar con dinero… Lo aprendió de su familia…».

De hecho, tras su paso por el poder se podía haber forrado. Abrió despacho de asesoría internacional, pero muy pronto volvió a la vida pública: primero como eurodiputado y luego como portavoz económico de Rajoy. «Le apasiona lo que hace», afirma un cercano colaborador en el macroministerio que el presidente ha puesto en sus manos. «Cree que ha llegado al culmen de su carrera al frente del Ministerio de Hacienda en un momento en el que España se desangra. Tiene una vocación de servidor público, le divierte su trabajo y le llena».

«No es persona a la que se pueda impresionar fácilmente», afirma un compañero de gabinete. «Quizá por eso le haya elegido Rajoy para ese puesto. Por eso algunos relumbrantes nombres del mundo empresarial han chocado frontalmente con él. En eso el presidente y su ministro son muy parecidos: ambos presumen de su independencia».

Montoro siempre quiso especializarse en Hacienda Pública. En la Autónoma se encontró con profesores extraordinarios como Eugenio Domingo Solans, que luego fue consejero del BCE, José Ramón Álvarez Rendueles, Gabriel Solé o el viejo José Barea, un especialista en Presupuestos que, al frente de la Oficina Económica de Moncloa, en la primera etapa de Aznar, traía de cabeza al vicepresidente Rodrigo Rato hasta que logró descabezarle. Le acompañaron en esa especialidad económica el hoy alcalde de Tres Cantos, José Folgado, y el economista Maximino Carpio.

Montoro es antes que nada un técnico. Nada populista, se adapta al momento a ser posible con discursos no utilitarios. Sabe que en su poltrona actual los «poderes fácticos» siempre tuvieron una impronta decisiva. Por ahí no pasa. ¿Por qué ha aceptado romper el discurso del PP a las primeras de cambio? ¿Cómo ha convencido a Rajoy de subir el IRPF en vez del IVA, como querían otros ministros?

«Básicamente porque no había más remedio que subir los impuestos», afirma un colaborador. «Fíjese si ha sido duro para él que ha tenido que romper sus propios principios… Él piensa que donde mejor está el dinero es en el bolsillo de la gente, pero se ha encontrado lo que se ha encontrado y no le ha importado asumir esa responsabilidad, porque de lo contrario el Estado habría dejado de existir…».

Lo que realmente importa al recaudador de impuestos Montoro es que la gente le entienda. «Yo no digo una cosa y pienso la contrario», suele decir a sus interlocutores. «Ya lo hice en 1996 y volveré hacerlo... En cuanto la tormenta amaine bajaré de nuevos los impuestos».

Tampoco, dicen en su entorno, le importa abrasarse. Al fin y al cabo, este hijo del pueblo llano con sus ambiciones cumplidas no deja de ser lo que siempre fue: un profesor de Hacienda Pública que quiere encontrar su sitio en la moderna historia de España con su propio paso.

Porque finalmente el inquilino del caserón de Alcalá 9 tiene muy presente aquella máxima del estadista estadounidense, Benjamin Franklin, relativa a quien compra lo superfluo se verá obligado a vender lo necesario.

Es justamente lo que el ministro de moda no quiere: vender España. Su padre no se lo perdonaría.

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