domingo, 1 de enero de 2012

La Biografia de Mariano Rajoy

En 1936, siendo el padre de Mariano Rajoy un adolescente solía escuchar las voces y los pasos de unos hombres que trabajaban en el piso de arriba hasta altas horas de la madrugada. Los trasnochadores no eran otros que su progenitor, don Enrique, un reputado abogado de Santiago de Compostela, y su amigo Alexandre Bóveda a quien los Rajoy dispensaban el trato que suele reservarse a los parientes.

Uno y otro llevaban meses enfrascados en la redacción del Estatuto de Galicia. Pero la tarde del 17 de agosto un amigo de la familia llamó a la puerta de los Rajoy, preguntó por don Enrique y le soltó la noticia a bocajarro: “Los sublevados han fusilado a Alexandre”. Tenía 33 años, era uno de los intelectuales más brillantes del momento y dirigía el Partido Galeguista. El abuelo Rajoy acudió a su entierro vestido de luto riguroso. Luego se encerró en su casa y apenas volvió a salir de ella hasta el día en que murió.
Aquel suceso dejó en su hijo una huella imborrable. Al terminar la carrera de Derecho, impulsado quizás por aquella injusticia, decidió hacerse juez. Cuando conoció a Olga Brey, una joven guapa, alegre y extrovertida, se casó con ella, y un 27 de marzo de 1955, dos meses después de que Franco designase al príncipe Juan Carlos como sucesor al permitir que se educase en Madrid y cinco días antes de que Churchill dimitiera por razones de salud como primer ministro, llegó Marianito.

Al Marianito de 4 años de edad hay que imaginarlo el 19 de julio de 1959 haciendo garabatos sobre la fotografía de un señor que se parecía mucho a su padre y que, tras haber ganado el Tour de Francia, aparecía como un héroe en la portada de La Voz de Galicia. Se llamaba Bahamontes y el pequeño Mariano decidió tomarlo como referente de vida, como símbolo de esfuerzo, capacidad de sufrimiento y ritmo pausado. Prefería la lenta pero segura velocidad del esforzado ciclista que la de la Fórmula 1 de Fangio.

Cuando cumplió con el servicio militar en la Capitanía Militar de Valencia comenzó a interesarse por la política, pero su padre trataba de quitárselo de la cabeza. Don Mariano, el juez, solía decir a su primogénito que el político es un torero que, con más o menos garbo, esquiva la acometida del toro y se expone a la crueldad inconsciente del público y a las críticas inacabadas de los medios de comunicación. Y todo ello en medio de contadas y selectivas ovaciones. Así que el lema del padre era claro: “Las luchas por el poder político resultan mucho más interesantes cuando asistes a ellas como espectador”.

Pero, en cambio, doña Olga, la madre, rezaba para que su hijo llegara un día a ser presidente del Gobierno. Ella veía a Mariano con la gravedad estoica suficiente como para acercarse al astado (a la política nacional) y someterse, a paso tranquilo, a la aceptación de un destino de raíz netamente senequista. Cuando en septiembre de 1979 el Seat 127 en el que viajaba se despeñó por un barranco y salió a cuatro patas de entre los amasijos, lo primero que soltó al llegar al hospital fue una exclamación de honda predestinación calvinista, el sentido de su existencia: “Ha ocurrido lo que tenía que ocurrir”. Algo parecido sucedió cuando ZP volvió a ganarle las elecciones en 2008 y cuando cayó al suelo el helicóptero en el que viajaba con Espe Aguirre, quien, al contrario que él, suele enfrentarse a los problemas con los nervios a flor de piel, siempre dispuesta a saltar.

Pero como a veces las plegarias de las madres reciben respuesta, un día de 1981, de regreso de una boda en León, los padres de Mariano se encontraron con que su hijo figuraba en las listas a diputado provincial por Pontevedra. Doña Olga encontró emocionante aquel momento. A su marido, en cambio, aquello le pareció un desafío innecesario. Mariano tenía entonces 26 años y era Registrador de La Propiedad. La llamada de la política le llegó de improviso, por inspiración, tal como le ocurrió a don Manuel Fraga. En 1936, tras unos ejercicios espirituales en el monasterio benedictino de Samos, “Tractor Thompson” (una marca de tractores agrícolas), como llamaban sus amigos a Fraga debido a su gran vitalidad, sintió la llamada del Señor y estuvo a punto de ordenarse sacerdote. Pero debió de ser el propio Apóstol Santiago quien se lo quitó de la cabeza. Prefería tener al gran Manolo redactando la Constitución española de 1978 e influyendo en la política nacional que escribiendo encíclicas en el Vaticano como cardenal camarlengo e incluso como Sumo Pontífice.

Pero lo que, al parecer, convenció a Rajoy de que debía intervenir en la política fueron las lecturas de don Juan Valera. “Hace años”, escribió el 6 de febrero de 1864, “que creo que el género humano vale harto poco, pero de todo el género humano, aquí, entre nosotros [le confesaba en confianza a su hermanastro el marqués de la Paniega], España es la peor. Nuestra mala educación, nuestra envidia, nuestra codicia y nuestro pésimo y bilioso carácter, hace de nosotros una raza abominable. Esto no quita que no faltándole a uno para comer y teniendo buena salud, se halle bien en España. ¿Dónde hay espectáculo más cómico, más divertido, más ameno que el que ofrece este ridículo país?”. Al leer esto Rajoy decidió involucrarse de lleno en la política para tratar de regenerarnos sin prisas, al ritmo pausado pero esforzado de Federico Martín Bahamontes. Con tranquilidad, taza de café, copa y puro.

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